miércoles, 15 de diciembre de 2010

LA PENINSULA DE OLYMPIC

El viaje en ferry a Bremerton dura aproximadamente una hora. Es una de las dos maneras que hay de llegar a Olympic desde Seattle. La otra es por carretera, entrando desde el sur, pero se da bastante rodeo. Cuando desembarqué empezaba a lloviznar. El plan del día era caminar unos cuantos kilómetros y explorar la zona mas cercana a Port Angeles, así que me puse en camino nada mas atracar pues desde allí tenía que cubrir bastante distancia y quería llegar a mediodía. Así podría aprovechar la tarde entera. Cubrí esa distancia en poco mas de una hora. Un puente levadizo nos entretuvo unos minutos que aproveché para sacar unas fotos a varias focas que estaban nadando por allí. Fue mi única parada antes de llegar a Port Angeles. Esa parte de la península es la mas poblada y, por ello, la menos interesante para mi gusto. A estas alturas del viaje ya tenía la lección bien aprendida y por eso lo primero que hice fue ir al centro de información de la ciudad, situado en el puerto. Un hombre amabilísimo me atendió. Le pregunté por rutas de senderismo por la península y me contestó que había ido al lugar idóneo pues él era muy aficionado a ello y las conocía todas. Un cuarto de hora después tenía un detallado plano con todas las rutas que me sugería hacer en esos días perfectamente marcadas. Lo dicho, majísimo. Las personas que me atendieron en el centro de información del Parque Nacional que está también en Port Angeles, a donde igualmente fui por recomendación suya después de comer, no pusieron ni de lejos tanto interés.

La península de Olympic combina una de las mayores zonas de bosque tropical de Norteamérica con cumbres nevadas que alcanzan los dos mil quinientos metros de altitud, con el monte Olympic a la cabeza en el centro de la misma, glaciares, una variada fauna y unas playas salvajes abiertas al océano Pacífico. Una única carretera, la US 101, recorre toda la península rodeándola y de la misma surgen las escasas desviaciones que permiten internarse en la misma, de tal forma que buena parte del parque únicamente es accesible para los senderistas que recorren alguna de las rutas habilitadas desde dichos puntos de acceso y eso después de unas cuantas horas (o días) de caminata.

Dado que el día estaba nublado y, además, había algunos bancos de niebla descarté subir hasta la zona de Hurricane Ridge, muy recomendable con mejor clima, según me dijeron, por tener unas vistas excelentes a las montañas Olympic y un bonito paisaje. Así que opté por dirigirme a la zona de Sol Duc Falls, con una parada previa en el lago Crescent, donde podría elegir entre varios recorridos cortos y aprovechar bien la tarde antes de continuar ruta hasta Forks, donde tenía previsto hacer noche. Un bonito sendero que lleva hasta las cascadas atravesando un tupido bosque, es una buena opción si no se dispone de todo el día para hacer alguna de las rutas principales de la zona y constituye una buena aproximación al tipo de bosque tropical, humedo, frondoso y de intensísimo colorido que vamos a encontrar en esa zona.

Según te vas acercando a la zona de Forks se va percibiendo la influencia de “Crepúsculo”. Carteles marcando la llamada “threaty line”, prohibiendo el paso de vampiros o señalando la presencia de determinadas localizaciones que aparecen a lo largo de las películas, van sucediéndose a lo largo de la carretera que lleva hasta las playas de La Push, cuyo desvío está unos kilómetros antes de llegar a Forks. Decidí acercarme a ellas al atardecer, antes de ir a Forks. Había despejado y la puesta de sol prometía bastante. 


Son unas impresionantes playas de gravilla, abiertas al océano, salvajes, de fuerte oleaje y bastante peligrosas porque los inmensos troncos que flotan en esas aguas hasta terminar varados en la costa, podrían mandar a pique un barco pequeño. Soplaba una ligera brisa que hizo bajar la temperatura de golpe varios grados en cuanto se escondió el sol así que puse rumbo a Forks y a mi hotel, el Olympic Suites Inn, donde había reservado habitación para una noche. Por un mas que razonable precio me dieron una habitación enorme con cocina incluida que aproveché a la mañana siguiente para prepararme el desayuno. 

Esa noche cené fuera. Mi alojamiento estaba al comienzo del pueblo así que la primera vez que lo vi era ya noche cerrada. Me informé en recepción y resultó que para ser un lugar tan pequeño había bastantes restaurantes donde elegir. Imagino que será otra consecuencia de la fama. Si en Seattle acabé cenando en un chino en Forks le eché mas valor y me decanté por un restaurante especializado en cocina (?) norteamericana. Para ser justos tengo que decir que acerté porque la carta era bastante variada, incluso había carne sin forma de hamburguesa y un par de clases de pescado preparado de varias formas. Me decidí por probar el halibut a la parrilla. Estaba francamente bueno, jugoso y en su punto. Investigando un poco (muy poco) he sabido que es lo que aquí conocemos como fletán, un pez muy parecido en aspecto al lenguado salvo en el hecho de que el ejemplar medio suele rondar los sesenta kilos de peso, llegando incluso a los cien. Después de mas de tres semanas creo que ésta era la segunda vez que me reconciliaba con la cocina norteamericana. Todas las demás habían terminado como esos divorcios en los que las partes se tiran los trastos a la cabeza.

El día siguiente amaneció bastante despejado. La previsión para ese día y el siguiente era de sol y buenas temperaturas y mis planes pasaban por explorar los alrededores de Forks, concretamente la zona conocida como Hoh Rain Forest, y recorrer alguno de los senderos existentes por allí. Me decidí por recorrer una pequeña parte del Hoh River Trail, la ruta principal en esa zona del parque, aunque sin hacerlo entero pues eso implicaba pasar la siguiente noche acampando y no contaba con el equipo necesario para ello. Por otra parte tampoco tenía tiempo suficiente pues había previsto hacer noche en Port Angeles, donde al día siguiente a primera hora pensaba coger el barco de regreso. En resumen, encaré mi último día de vacaciones con muchas ganas de pasear y muy pocas de recordar que ese era mi último día por allí, antes de iniciar el viaje de regreso.



Hoh Rain Forest es una impresionante zona de bosque tropical constituido principalmente por gigantescas coníferas, creciendo sobre una endeble base formada por los restos de ese mismo bosque tapizados de enormes helechos y musgos de un verde intensísimo. Lo que quiero decir cuando califico de endeble esa base es que lo único que tiene una cierta apariencia de solidez es el sendero que vas pisando, dado que el resto del terreno es una sucesión de capas formadas por viejos troncos y ramas en diferente estado de descomposición, que provocan la sensación de que el suelo se va a hundir bajo tus pies en el momento mas insospechado. Me gustó mucho esta zona, muchísimo. Tanto que me quedé con pena de no poder pasar algún día mas por allí e, incluso, acampar. Me crucé con varias personas que acarreaban su equipo de acampada y no pude evitar sentir una cierta envidia, pues me hubiese gustado poder hacer la misma excursión que ellos, llegar hasta el final de ese sendero, hasta el Blue Glacier en las estribaciones del Olympus. A estas alturas del viaje estaba lanzado y además físicamente me veía en buenas condiciones. Sin embargo ellos seguían adelante y yo me veía obligado a dar media vuelta y regresar, cosa que hice no sin cierta amargura.

Inicié el regreso a Port Angeles, donde debía estar a última hora de la tarde para devolver mi carísimo coche de alquiler, parando previamente en Forks para ver ese famoso pueblo de día y hacer alguna foto para mis frikis fanáticas de Crepúsculo primas de Ibiza. Como tal Forks no tiene nada de particular. Es uno de tantos pueblos de carretera sin nada especial, si exceptuamos el hecho de que a éste le ha tocado la lotería por ser el lugar en el que se desarrolla una serie de novelas y películas de éxito. Situado en un entorno privilegiado, eso sí, pero sin nada en el pueblo que justifique una visita, salvo que se sea un fan de la serie o sirva de base para alguna excursión por el parque. Pueblos como ese habrá miles en Estados Unidos.

El trayecto desde Forks a Port Angeles lo cubrí en apenas una hora conduciendo con muy pocas ganas de llegar a mi destino. Por delante tenía dos días de viaje de regreso a casa pasando una última noche en Vancouver, cosa que a esas alturas no me apetecía gran cosa. El saber que estaba anunciado buen tiempo para el día siguiente hacía que aun tuviese menos ganas de marcharme de allí así que poco a poco, mientras conducía, empecé a darle forma a una idea que me había pasado muchas veces por la cabeza a lo largo del día, de tal forma que para cuando llegué a Port Angeles ya estaba totalmente decidido a llevarla a cabo. En mi albergue en Port Angeles, el Thor Town Hostel me dijeron que había sitio disponible para el día siguiente así que, puesto que en la casa de alquiler me confirmaron que también había coches disponibles, decidí quedarme un día mas por allí y prescindir de la visita a Vancouver. Ello implicaba cambiar el viaje de vuelta y hacerlo todo seguido. Un poco paliza, a priori, pero era lo que me apetecía hacer. Al final Vancouver pagaba los platos rotos de la decepción que supuso Calgary para mi. Mucho mas animado tras el cambio de planes salí a cenar. Acabé en un restaurante italiano que me había recomendado el dueño del albergue, con muy buen criterio hay que decir, llamado Bella Italia. El servicio muy bueno y la pasta exquisita.

A la mañana siguiente me levanté temprano. Quería aprovechar el día y, además, tenía que pasarme por el puerto antes de arrancar para recoger el nuevo coche de alquiler y, sobretodo, pasar por la terminal de ferrys y cambiar mi reserva para el día siguiente. Llegué allí unos diez minutos antes de que saliese el barco que debería haberme llevado hasta Victoria. Me atendió una mujer muy amable que se sorprendió mucho al decirle que quería cancelar mi reserva y sacar una nueva para el día siguiente. Me preguntó el motivo y debí caerle bien cuando le dije que quería quedarme un día mas por allí de excursión en lugar de ir a Vancouver, porque me dio la tarjeta de embarque de ese día para que la usase el día siguiente y no me quiso cobrar el nuevo pasaje, diciéndome que no me preocupase porque ella se acordaría y me incluiría a la mañana siguiente en la lista de pasajeros. Encantado por cómo me había salido al final la jugada y con un soleado día por delante me puse de nuevo en carretera.

Mi destino era el Monte Muller, situado algo después del Crescent, y el plan una ruta de alrededor de veinticinco kilómetros y un desnivel de unos setecientos metros que superar, atravesando un bosque bastante cerrado hasta llegar a una cresta con unas magníficas vistas al lago, con el monte Olympus al fondo, y al estrecho de Juan de Fuca, que separa los Estados Unidos de Canadá. Nunca me arrepentiré de haber hecho ese cambio de planes porque tuve la ruta para mi sólo, no había nadie mas, y el día fue espléndido aunque algo cansado porque la ruta es bastante exigente físicamente. De todas maneras las caminatas que había hecho en los días anteriores me habían puesto bastante en forma así que la superé sin problemas. Comí en mitad del recorrido, en un mirador natural que hay poco después de alcanzar la cima, viendo el lago y el monte Olympus, ese al que me quedé con ganas de llegar el día anterior en una ruta que queda para otra ocasión pero que haré, eso sin duda. No me crucé con mas animales ese día que unos cervatillos que estaban en mitad de la carretera, obligándome a parar en seco mientras la cruzaban sin prisa por su parte, aunque vi muchas huellas de Elk y algunas de osos negros. Esa noche volví a cenar en el mismo sitio que la víspera. A fin de cuentas si algo he sacado en claro en este viaje es que, gastronómicamente hablando, los experimentos con gaseosa, al menos en Norteamérica.

La mañana siguiente, la de mi partida, amaneció nuevamente soleada, lo que ponía en duda la afirmación esa de que Olympic es zona de vampiros por ser la región mas lluviosa de los Estados Unidos. De mis cuatro días en la zona ese era el tercero seguido con sol así que… o yo tuve mucha suerte o los vampiros tendrían que pensar en hacer las maletas y marchar con sus colmillos a otra parte. Por delante tenía dos ferrys, hasta Victoria primero y al continente después, para llegar directamente al aeropuerto internacional de Vancouver en autobús con Pacific Coach. Tengo una deuda moral con Vancouver y me he prometido a mi mismo volver y pasar aunque sea un día en ella. Igual el año que recorra Alaska y el Yukón...

El vuelo de British Airways a Londres tenía el suficiente retraso como para hacer que fuese problemático enlazar con mi vuelo a Bilbao. El mas que eficiente personal de la British consiguió facturar mi equipaje hasta Bilbao, lo que hacía que mantuviese mis esperanzas de coger ese otro vuelo, cosa imposible si hubiese tenido que esperar por mi equipaje y cambiar después de terminal. Sin embargo no pudieron darme la tarjeta de embarque por estar el vuelo operado por Vueling, a pesar de que yo lo había comprado (y pagado) a Iberia, compañía a la que están asociados logrando con ello multiples ventajas para sus usuarios (según Iberia) que, al menos en esta ocasión, yo no percibí.

Un buen vuelo hasta Londres y un par de carreritas por Heathrow después estaba montado en el avión de Vueling que me tenía que dejar en casa, veintiocho horas después de salir de Port Angeles. Mi equipaje, naturalmente, no llegó hasta dos días mas tarde, perfectamente saqueado después de que algún desaprensivo rajase mi maleta de extremo a extremo, llevándose prácticamente todo lo que en ella había que valía la pena y no estaba entre la ropa sucia. Fue el único borrón en veinticuatro días de inolvidable viaje recorriendo sobretodo el oeste de Canadá y un pedacito de Estados Unidos, con cinco vuelos, seis ferrys, un par de autobuses, unos cuatro mil quinientos kilómetros conduciendo y un número indeterminado de ellos andando. Y nostalgia, sobretodo mucha nostalgia de unos países y unos paisajes que me han impactado hasta tal punto que me han dejado unas ganas de volver como no había sentido hasta ahora.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

SEATTLE, WA



Seattle es la ciudad del doctor Frasier Crane y del desvelado de Seattle, cuna de Boeing y de Microsoft, principal ciudad del estado de Washington en el noroeste de los Estados Unidos, aunque no su capital, y una de las mas lluviosas del país, si no la que mas. Mi avión aterrizó a primera hora de la mañana en el Aeropuerto Internacional Sea-Tac. El día nublado, por supuesto. Media hora de tren después estaba en el centro de la ciudad, apenas a una manzana de mi albergue, el HI Seattle, bien situado, cómodo y con buenas instalaciones. Tenía previsto pasar esa noche allí antes de recoger mi nuevo coche y recorrer la última etapa de mi viaje, así que descargué mi equipaje y me fui a dar una vuelta por la ciudad. 

Seattle mira al mar. Levantada en una de las orillas de un gran fiordo, el Puget Sound, prácticamente todo el frente que da al mar está ocupado por un gran puerto en el que gigantescas grúas, miles y miles de contenedores y barcos mercantes dominan el paisaje. Hacia el interior rascacielos de acero y cristal se mezclan con edificios mas antiguos de ladrillo y piedra, aunque aquí da sensación de ser algo mas ordenado y armonioso que en Calgary. En las afueras los típicos barrios residenciales de casas unifamiliares con jardín. Y como no el inevitable pirulí, restaurante giratorio incluido, por supuesto.

No creo que esta ciudad en sí tenga muchos atractivos turísticos. Los justos para pasar un día, salvo que quien vaya tenga mucho interés en visitar la factoría de Boeing que está a las afueras. En mi caso Seattle era la puerta de entrada a la Península de Olympic, que era lo que realmente me interesaba visitar. Si el ferry a Bella Coola hubiese salido en otra fecha diferente habría ido allí directamente desde Victoria, pero las fechas mandaban y la única forma de encajar todas las piezas era dejando ésta para el final, previo paso por Seattle.

Mi plan para este día era pasear, a ser posible sin rumbo fijo, catar un poco el ambiente de la ciudad y poco mas. No tenía muchas expectativas que digamos. He de reconocer que me llevé mejor impresión de Seattle que de Calgary. Probablemente sea porque el centro de la ciudad daba sensación de mas limpio, ordenado y organizado en cuanto a su desarrollo. O tal vez sea porque me van mas las ciudades con mar. No lo sé, pero el caso es que me gustó algo mas. Puede que si hubiese estado un día mas en Seattle ahora estuviese echando pestes de ella. Lo cierto es que un día de estancia me pareció suficiente y en este caso acerté.

Nada mas salir del albergue tropecé con una banda de música tocando a pleno pulmón seguida de multitud de personas vestidas de verde. Dado que no era el día de San Patricio sólo podía ser algún partido de algo que resultó ser futbol y no americano, sino lo que por allí llaman soccer. Me sorprendió el que fuese a mediodía y que hubiese tanta afición. Parando el tráfico para que pasasen había un policía que parecía sacado de una película, gordo, con gafas negras y una Harley para patrullar. Sólo le faltaba el donut. Supongo que los habría comido para desayunar y que a esas horas estaría a punto de irse a devorar un perrito caliente. En mi caso, muerto de hambre como estaba para esa hora, y mas después del madrugón, decidí comer algo en un enorme bar que había allí mismo, mezcla entre taberna irlandesa y local de hinchas. Una ración de pollo con guarnición y un par de cervezas después, es decir en el descanso del partido, me vi con fuerzas suficientes para recorrer la ciudad y subir sus pronunciadas cuestas, así que me marché de allí dejando al equipo local con un par de goles de ventaja. Para esa hora las nubes habían desaparecido dejando una tarde esplendida.

A pocas manzanas de allí está el Pike Market. Atracción turística local sobretodo por el hecho de que en los puestos de pescado tienen la costumbre de pasarse la pieza elegida por el cliente como si de un balón de rugby se tratase. Es un gracioso espectáculo aunque personalmente, una vez que ya estás allí, recomiendo los puestos de fruta, que tenía una pinta que daba gusto verla. El problema de comprarla es que te pase lo que a mí es decir, que estés después cargando con ella durante toda la tarde. Eso sí, todo lo que compré estaba exquisito.

Un par de cuestas después estaba la estación del monorraíl que lleva hasta el Seattle Centre en un recorrido de apenas minuto y medio. Edificios procedentes de la exposición universal de 1962, con la Space Needle o aguja espacial (el pirulí de turno) a la cabeza como vestigios de ese pasado reciente, comparten el espacio con otros mas modernos como es Experience Music Project, una especie de museo interactivo de la música construido por uno de los fundadores de Microsoft en un edificio de Frank Gehry, cuyas formas recuerdan al museo Guggenheim de Bilbao aunque a mucha menor escala. También hay un museo de ciencia ficción en el que se exponen objetos de la Guerra de las galaxias y Star Trek entre otras cosas. La verdad es que la entrada es bastante cara para mi gusto (yo no entré porque llegué a última hora), así que sólo lo recomiendo para auténticos fans de cualquiera de esas dos cosas.


Desde allí volví al centro y dediqué el resto de la tarde a callejear por el centro de la ciudad. Con una cena temprano en un restaurante oriental dí por finalizado el día. Estaba agotado pues no en vano llevaba en pie desde las cinco de la mañana. Al día siguiente tenía previsto recoger el coche a primera hora y embarcar rumbo a la Península Olympic. Como era domingo no todas las oficinas estaban disponibles por lo que tuve que cruzar media ciudad. Lo mejor para llegar hasta allí era coger el autobús, entre otras razones porque en el centro de la ciudad son gratuitos durante el día, pero cogerle el truquillo a los autobuses urbanos de Seattle tiene su miga pues el número que lleva el autobús no coincide con la ruta, así que hay que andar un poco vivo para acertar con el correcto. Al final es casi mejor preguntar al conductor. 

Un breve paseo en autobús y un sablazo después tenía mi coche de alquiler. Lo del sablazo era inevitable pues la compañía con la que lo alquilé, Budget, es la única que tiene oficina en Port Angeles, lugar donde iba a iniciar el viaje de vuelta a casa. Y como lo de ser los únicos tiene sus ventajas me cobraron un pastón por entregar el coche en una oficina distinta, los muy piratas. Si tuviesen competencia posiblemente las cosas serían distintas pero en este caso no había nada que hacer. Volví al albergue a recoger el equipaje y me fui al muelle para embarcar en el ferry a Bremerton. El tiempo para ese día, nublado con amenaza de llovizna. No esperaba otra cosa. A fin de cuentas a los vampiros no les va el sol.

viernes, 5 de noviembre de 2010

CALGARY

Empecé a presentir que había cometido un tremendo error de planificación según me acercaba a Calgary. Después de mas de doscientos kilómetros de interminables llanuras sembradas de cereal, atravesadas por kilométricas rectas interrumpidas por algún que otro pueblo de vez en cuando, los carteles de la carretera me anunciaron que entraba en Calgary. Mis cálculos decían que estaba a unos veinticinco kilómetros del centro y no me equivoqué. 

Unos suburbios interminables en los que se sucedían sin interrupción las típicas casitas de madera con jardincillo delante, entremezcladas con naves industriales y talleres de todo tipo y condición sustituyeron los cereales y los rebaños de potenciales hamburguesas durante veinticinco largos kilómetros en los que  circulaba tranquilamente de semáforo en semáforo. En el centro, estilizados rascacielos conviven sin ninguna armonía con cochambrosos edificios de apenas un par de alturas y solares vacíos que sirven de improvisado aparcamiento.


Antes de plantearme ir allí había oído hablar de Calgary por dos motivos principalmente. En primer lugar porque fue sede de unas Olimpiadas, aunque de esto hace ya mas de veinte años; y en segundo lugar por la "Estampida de Calgary", que se celebra todos los años a mitad del verano. Es una fiesta, para mi gusto bastante paletorra, que consiste básicamente en un gigantesco rodeo al mas puro estilo del oeste, en el que durante unos días los habitantes de Calgary cambian el traje por la ropa de cowboy y el todoterreno por los caballos y los toros.


Admito que Calgary no me ha gustado en absoluto. Me ha parecido una ciudad vulgar y pretenciosa que, aparentemente, tras décadas creciendo desordenadamente a lo ancho ocupando kilómetros y kilómetros de llanuras ha optado de repente por hacerlo a lo alto, construyendo en el centro un rascacielos detrás de otro y, por supuesto, la inevitable torre con forma de pirulí que parece proliferar como los champiñones en toda ciudad moderna que se precie de serlo. Reconozco que me gustan los rascacielos pero fue un error dedicar día y medio del viaje a ellos. Con la primera tarde había tiempo de sobra.

Orientarse por una ciudad norteamericana es sencillo, pues la inmensa mayoría de las calles y avenidas están numeradas y todas las direcciones se expresan por el número de la calle y el punto cardinal hacia el que está orientada, de tal forma que hasta el mas torpe del mundo podría llegar a cualquier lugar en una ciudad como Calgary, a nada que tenga un poco claros los cuatro puntos cardinales y los números. Prácticamente todo lo que hay que ver en esta ciudad se concentra en las calles de alrededor del centro, así que ni es mucho ni tiene pérdida. 

Un bonito parque situado en un islote en mitad del río es un buen sitio para pasear si no tienes mucho interés en callejear o ya te has aburrido de hacerlo. La mejor panorámica de la ciudad se obtiene, como no, desde lo alto de la torre de Calgary donde se accede previo pago de la correspondiente entrada. Un mirador en lo alto y un restaurante giratorio es lo que encuentras al subir allí. Un día despejado se alcanza a ver las Montañas Rocosas, a alrededor de cien kilómetros de allí. Hacia el lado contrario llanuras, interminables llanuras salpicadas con pequeños bosquecillos, ríos y lagos, pero sobretodo llanura.

Decidí tomarme ese día y medio como de relax antes de mi última etapa, ésta en tierras estadounidenses. Lo cierto es que no tenía mas remedio porque mi vuelo era el que era y no había posibilidad de cambio. Por tanto la consigna era no desesperarse y tomárselo con calma. La primera noche me quedé a cenar en el restaurante  de la torre. No lo tenía pensado. Entré simplemente a tomar algo y relajarme con las vistas. Sin embargo lo que sacaban de la cocina tenía muy buena pinta y, además, en la carta no había ni una sola hamburguesa lo que sólo podía considerarse como una buena señal, visto el desastre gastronómico que es Canadá. Cené salmón, exquisito, aunque me lo cobraron a precio de besugo. De todas formas lo consideré un dinero bien gastado. Por no mucho menos otros días había comido una hamburguesa.

A la mañana siguiente fui a darme otro paseo. Y parece que como fotógrafo debo dar el pego porque se me acercó un chaval, que resultó ser de Calgary, con una cámara parecida a la mía para preguntarme cómo funcionaba. Se la había comprado hacía poco y no tenía ni idea de cómo manejarla. Mejor dicho, no tenía ni idea de fotografía. A su lado yo parecía un catedrático y eso que tampoco soy ningún figura. Conclusión, pasé un cuarto de hora dando una rápida clase de fotografía en un macarrónico inglés a un chaval canadiense. Entenderme, lo que se dice entenderme… me entendió. Si aprendió algo o no… ni idea, pero hice todo lo que pude. Era lo menos que podía hacer después de haberle dicho que no me había gustado la ciudad, aunque en mi defensa he de decir que se lo dije antes de saber que era de allí.  Si lo hubiese sabido antes habría sido un poco mas diplomático. De todas formas el chaval se lo tomó muy bien o, al menos, eso me pareció.

Comí en la terraza del restaurante que había en el parque que he mencionado antes. De nuevo fenomenal y de nuevo a buen precio pero tampoco me importó. Había decidido darme un pequeño homenaje durante ese día y medio para quitarme el mal sabor de boca por el fiasco de Calgary y el disgusto por haber dejado atrás las Rocosas, sus paisajes, sus parques y sus animales. Pasé la tarde deambulando por el centro, haciendo algunas compras y descubriendo el llamado “15 feet walkway”, un curioso sistema de pasillos cubiertos que comunica entre sí prácticamente todos los edificios y rascacielos del centro de Calgary. Llamado así porque están a cinco metros de altura sobre la calle, estos pasillos unen todos los centros y galerías comerciales que hay en las plantas inferiores de dichos edificios, de tal manera que puedes recorrerte todo el centro de la ciudad sin salir a la calle, pasando de edificio a edificio. No es mal sistema para un invierno que imagino será duro. 

Esa noche cené en el albergue, el HI Calgary City Centre, muy céntrico y con buenas instalaciones. Mi vuelo salía temprano y no quería acostarme muy tarde. A las seis y media de la mañana siguiente estaba en la terminal. En el control de pasaportes para ir a Estados Unidos de nuevo los dos belgas. A estas alturas ni ellos ni yo nos sorprendimos lo mas mínimo. De hecho parecía poco menos que inevitable que nos encontrásemos allí. Nos habíamos conocido en un ferry y nos íbamos a despedir definitivamente en la puerta de un avión, el suyo con destino a Chicago y el mío a Seattle. Digo definitivamente porque es lo que parecía en ese momento, aunque los tres estuvimos de acuerdo en que no se podía descartar que nuestros caminos volviesen a juntarnos. Si algo se había demostrado durante esas dos semanas es que nuestros gustos, al menos en cuanto al tipo de viaje que preferimos, son poco menos que idénticos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

WATERTON LAKES NATIONAL PARK

Tenía pinta de tormenta. Cada vez mas. Y me venía pisando los talones. La ruta hacia Waterton Lakes tenía varios tramos en obras y bastante tráfico, así que se me hizo un tanto pesada hasta que llegó el momento de tomar la desviación hacia el parque, a falta de unos sesenta kilómetros para llegar. Para entonces había vuelto a atravesar las Rocosas de nuevo. Mi ruta me alejaba de la cordillera dirigiéndome hacia el este para volver a incrustarme en ella algo después, tras tomar un desvío hacia el sur que me llevaría prácticamente hasta la frontera con los Estados Unidos. Según avanzaba hacia el este internándome en la Provincia de Alberta el paisaje iba cambiando. Las montañas, bosques, lagos, ríos y cascadas que se sucedían de forma casi interrumpida desde hacía mas de una semana daban paso a un terreno cada vez mas llano, en el que poco a poco iban predominando los campos de cereal junto con algunos pequeños rebaños de futuras hamburguesas e incluso algún que otro parque eólico.

De todos los parques nacionales que tenía pensado visitar en este viaje Waterton Lakes es el que mas me apetecía de todos. No sé muy bien por qué. Tal vez fuese lo que había leído sobre él en alguna revista que cayó en mis manos meses antes de organizar este viaje; tal vez el par de fotos que vi en ellas. Quizá fuese el hecho de que estaba un tanto apartado de todos los demás, hasta el punto de que había que desviarse bastante de cualquiera de las rutas principales de la zona para llegar hasta él. Los viajeros que desde las Rocosas se dirigiesen hacia Calgary tenían que dar un rodeo considerable para llegar hasta allí y no digamos los que tuviesen intención de ir a Vancouver. En mi caso tenía claro desde el principio que Waterton Lakes formaba parte irrenunciable de mi itinerario y que si, en un momento dado, tenía que suprimir algo por falta de tiempo sería en otro lugar.

A media tarde llegué al cruce que, siguiendo hacia el sur durante unos sesenta kilómetros, me llevaría hasta mi destino. Para entonces los nubarrones ganaban la partida al sol y la tormenta parecía ya inevitable. Una ondulada pradera de tonos predominantemente amarillentos daba paso a un precioso lago en el que las montañas y los nubarrones se reflejaban con brillantez. Tenían razón. La llegada al Parque Nacional Waterton Lakes es simplemente espectacular. Imposible negarlo. 

Waterton Town es un pequeño pueblo situado en el interior del parque donde se concentran todos los servicios turísticos que hay en el mismo. Situado a orillas del lago y a ocho kilómetros de la entrada, constituye el punto de partida de buena parte de las rutas e itinerarios que es posible efectuar en él. Es un parque pequeño, no llega a los cuatrocientos kilómetros cuadrados. Sin embargo sus límites alcanzan la frontera estadounidense, en el estado de Montana, donde está situado el Parque Nacional Glacier de tamaño muy superior, país con el que Canadá mantiene un acuerdo de protección conjunta para ambos espacios.

Mis previsiones no fallaron e instantes después de llegar al pueblo empezó a descargar la tormenta. Rayos, truenos y bastante agua cayeron durante aproximadamente una hora que aproveché para instalarme en el hotel que había reservado. No me quedó mas remedio pues el albergue que había habido en el parque ya no existía. La previsión para el día siguiente era de tiempo despejado e incluso calor. Opté por creérmela. A estas alturas del viaje tenía claro que era perfectamente posible que saliese un buen día después de uno de tormentas o, incluso, de nevadas.

La excursión para el día siguiente que, por supuesto, amaneció completamente despejado, consistía en subir hasta Crypt Lake. Para ello tenía que salvar unos setecientos metros de desnivel en nueve kilómetros aproximadamente y atravesar un estrecho túnel excavado en la roca, dando a parar a un pequeño lago cuya orilla sur pertenecía ya a los Estados Unidos. El inicio del sendero se encontraba al otro lado del Waterton, así que para llegar había que tomar un barco y cruzarlo en un trayecto de aproximadamente un cuarto de hora. 

En los muelles me encontré a dos viejos conocidos, la pareja de Andorra que había conocido en Port Hardy y que habían llegado hasta allí tras un forzado cambio de planes. Un desprendimiento en la carretera por la que volvían a Vancouver vía Revelstoke les obligó a retroceder y dar un rodeo de varios cientos de kilómetros así que, en vista de las circunstancias, optaron por aprovechar el paseo y acercarse hasta aquí. Me alegré de volver a verlos. Por supuesto hicimos la excursión juntos. En total nueve personas desembarcamos para hacer esa ruta. Esos éramos todos los que íbamos a andar por ese monte en todo el día. Vamos, igual que en Lake Louise…

Una vez se desembarca, tras algo mas de un par de horas de subida se llega a un sendero de varios cientos de metros que atraviesa una ladera de roca. No presenta grandes dificultades salvo que, como en mi caso, sufras vértigo, en cuyo caso te puedes llevar un mal rato cruzando ese tramo. En la zona mas complicada hay incluso un cable de acero a modo de barandilla. Por suerte ese día tenía el vértigo bajo control por lo que pude atravesar esa zona sin problemas. En otro caso no me hubiese quedado atrás pero sin duda las hubiese pasado canutas. Poco antes de llegar al lago se atraviesa también un estrecho túnel excavado en la roca. En total, unas tres horas de caminata. El agua del lago, helada. Metimos un rato los pies para probarla. Nos quedamos como nuevos después de la caminata pero las cosas como son, para los de Bilbao el agua estaba fresquita, para el resto... congelada.

Comimos tomando el sol tumbados a la orilla del lago. Unas cabras montesas y silencio absoluto. Daban ganas de quedarse un rato mas pero había que coger el barco de regreso y no podíamos demorarnos mas allí. A media tarde llegamos de nuevo al pueblo. Mis compañeros no se quedaban esa noche. Se acababan sus vacaciones y tenían que volver a Vancouver, por lo que optaron por salir esa misma tarde y hacer noche por el camino para ganar algo de tiempo. Así que nos fuimos a tomar algo antes de despedirnos. Por mi parte yo pasaría otra noche allí antes de continuar hacia Calgary al día siguiente, por lo que una vez se fueron me dirigí hacia el hotel. 

No conseguí llegar o, al menos, no en ese momento porque a unos metros de allí estaban aparcando su horroroso coche de alquiler mis viejos conocidos belgas. Creo que nos entró la risa a los tres a la vez. Eran ya casi dos semanas de viaje coincidiendo casi todos los días o, lo que es lo mismo, unos dos mil quinientos kilómetros viéndonos día tras día. Es lo que tienen las guías de viaje. Las personas con gustos similares acaban teniendo las mismas ideas y haciendo lo mismo. Acabamos por ir a cenar los tres juntos y contarnos nuestras respectivas andanzas y futuros planes de viaje. Los suyos pasaban por casarse el año que viene e irse de viaje a Australia. Los míos… ni idea, al menos por ahora. Y como uno es de Bilbao y a mucha honra, los invité. No podía ser de otra forma. Ellos también terminaban allí sus vacaciones. Dos días después cogían el avión de vuelta en Calgary.

Si el día anterior había sido genial, el siguiente amaneció también completamente soleado. Antes de marcharme a Calgary quería hacer un par de paradas mas en el parque. Una para ver una pequeña manada de bisontes que hay a la entrada del parque y la otra en un pequeño cañón a unos kilómetros del pueblo. Los bisontes estaban justo al lado de la pista que recorre la pequeña reserva en la que están así que los tuve a menos de cinco metros de mi. Es un bicho curioso y en apariencia algo desproporcionado. Tiene un cabezón enorme para el cuerpo que tiene. Es muy peludo e igual es por eso que da esa sensación de desproporción aunque, ahora que lo pienso, conozco a varias personas que también se ajustan a esa descripción y no por eso son bichos raros.

Con bastante pena por dejar atrás las Rocosas definitivamente (en este viaje, al menos), me puse en camino a Calgary a mediodía. Algo mas de trescientos kilómetros de distancia y muy pocas ganas de recorrerlos me separaban de allí… Waterton Lakes no me ha defraudado ni lo mas mínimo. Es mas me atrevería a decir que de todos los que he visitado en Canadá éste es mi favorito. Y eso es mucho decir...

domingo, 24 de octubre de 2010

YOHO Y KOOTENAY

Si el día anterior fue espléndido éste, en el que ponía rumbo al cercano Parque Nacional Yoho en la Columbia Británica, amaneció nublado. Lo cierto es que el día tenía tan mala pinta que al de un rato empezó a lloviznar y ya no paró hasta media tarde. Este parque está muy cerca de Lake Louise, apenas a treinta kilómetros. Sin embargo está muy poco concurrido y tiene unos cuantos rincones muy recomendables, además de algunas buenas excursiones y rutas para caminar. 

Esa era mi idea inicial, otra larga caminata por la zona, pero dado que el tiempo empeoraba por momentos y me habían dicho que hasta la tarde no mejoraría (por aquí el tiempo cambia muy rápido), cambié mis planes sobre la marcha porque si me lanzaba a hacer la caminata (unos veinte kilómetros), ni vería nada por la niebla ni conseguiría hacer otra cosa que mojarme o patinar en el barrizal en que se estaban transformando los senderos.

Así que, tras pasarme por el centro de visitantes de Fields, decidí hacer varias excursiones cortas por la zona, lo que en este caso implicaba cubrir buena parte del parque. La primera fue a Emerald Lake, un pequeño lago de aguas verdosas con un sendero que recorre todo su perímetro y algunos desvíos a algún otro minúsculo lago o glaciar. No pude evitar mojarme porque en este momento empezó a llover con algo mas de fuerza, aunque no fui el único. Mis dos colegas de Bélgica, a los que no veía desde hacía un par de días, andaban también por allí y se mojaron tanto como yo. Lo sentí por ellos. Con el tiempo que hacía no era buen día para acampar. 

Acabé comiendo en el coche lo que había preparado para la excursión de ese día, en un alarde de optimismo por mi parte, mientras esperaba un rato a que amainase el chaparrón. Con eso y un té caliente que me tomé en el típico bar tienda multiusos que había en Fields (no había mucho mas), me marché rumbo al valle de Yoho a primera hora de la tarde. Esa parte del parque la iban a cerrar apenas cuatro días después así que tuve suerte. Es un valle bastante estrecho y por esa carretera se salva bastante desnivel, así que para el 1 de octubre la cierran todos los años por el peligro que  suponen la nieve y las avalanchas. De hecho hay un tramo con unas curvas tan cerradas que ni los autobuses ni las caravanas tienen espacio suficiente para girar, así que no tienen mas remedio que hacer alguno de los tramos marcha atrás. Pero una vez que pasas ese tramo llegas a las Takakkaw Falls, consideradas las segundas cascadas mas altas de todo Canadá. Realmente es un paisaje imponente y el sendero te lleva hasta la mismísima base de la cascada por lo que si no te andas con un poco de ojo puedes acabar empapado.

Apenas a unos cientos de metros de la cascada estaba situado mi albergue para esa noche, el Whisky Jack. No tenía ni idea hasta que llegué, pero a la mañana siguiente cerraba hasta la siguiente temporada, así que me pude alojar en él de milagro. Afortunadamente porque resultó ser un sitio encantador, sin electricidad ya que todo funcionaba con propano, uno de esos albergues situadas en zonas salvajes, desérticas, sin nada alrededor que no sea el propio albergue. Un paraje tan tranquilo que el estruendo de la cascada se escuchaba perfectamente, a pesar de que estaba a varios cientos de metros de distancia. 

Un rato después de llegar yo aparecieron por allí dos parejas de alemanes. Los cinco íbamos a ser toda la clientela del lugar para esa última noche. Fue divertido. Había un ambientillo como de última noche de campamento veraniego, así que acabamos contándonos unos a otros cómo habíamos acabado allí y los planes que teníamos para los siguientes días. Uno de los alemanes era mochilero total. Llevaba todo el verano dando vueltas por allí haciendo autostop. Después de recorrerse todo Alaska y buena parte del oeste de Canadá tenía intención de volar a Nueva Zelanda y hacer allí lo mismo. Los hay con suerte. Había terminado ese verano sus estudios y había decidido tomarse un año sabático o, como mínimo, no aparecer por casa hasta  Navidad.

A la mañana siguiente los cinco nos pusimos en movimiento temprano. Unos en dirección a Lake Louise, otros a hacer la ruta que me hubiese gustado a mi hacer la víspera, que salía del mismo albergue, y yo hacia el vecino Parque Nacional Kootenay. Visto el clima del día anterior hoy tocaba buen día, como así fue. Tenía previsto hacer noche en Radium Hot Springs, a poco mas de cien kilómetros de allí. Sin embargo opté por volver sobre mis pasos y entrar al parque por el extremo opuesto, ya que con ello me iba a ahorrar al final del día unos cien kilómetros, lo que no es poco.

Comparados con sus vecinos de Alberta, Yoho y Kootenay son como los hermanos pequeños de entre los parques nacionales de las Rocosas canadienses. Sin embargo su extensión no es despreciable pues ambos superan de largo los mil kilómetros cuadrados. La carretera 93 atraviesa Kootenay de punta a punta y, como ya he comentado, mi intención era empezar desde la desviación existente entre Lake Louise y Banff y terminar en Radium a última hora de la tarde. Pensaba tomármelo con calma y aprovechar el buen día que hacía, parando varias veces a lo largo de la ruta y haciendo varias excursiones cortas por el parque. 

El parque toma su nombre del río Kootenay que nace en las Rocosas, en los límites del parque, y es unos de los principales afluentes del Columbia, cuyo curso discurre tanto por la Columbia Británica como por los estados de Montana e Idaho en los EEUU. Y el río a su vez lo toma de los indios Kootenay, de la nación Ktunaxa, en la Columbia Británica. Las principales atracciones del parque nacional son bastante accesibles debido a que éste discurre por el interior de un valle bastante estrecho, lo que hace que los principales puntos de interés estén a corta distancia de la carretera que lo atraviesa de un extremo a otro.

Kootenay es un parque bastante peculiar en cierto modo. Se supone que en este parque se pueden ver desde glaciares hasta cactus pero de éstos últimos yo, al menos, no vi ni uno. Sin embargo no es esto en mi opinión lo que hace especialmente interesante a Kootenay, sino el hecho de que probablemente sea uno de los lugares que mejor ilustran la política de conservación de la Autoridad Nacional de Parques de Canadá o donde ésta es mas perceptible. Kootenay ha sido un parque especialmente castigado por los incendios en las últimas dos décadas. Uno de ellos se llevó por delante aproximadamente el 15% de la superficie del parque hace siete años en un incendio que duró cuarenta días. Pues bien, las autoridades consideran que el fuego (debidamente controlado) es un elemento positivo que ayuda a la regeneración de la masa forestal del parque. Y ello porque arrasa los ejemplares mas grandes y los enfermos, que impiden el crecimiento de los árboles jóvenes y, con ello, la regeneración de la masa forestal. Por ello la política de los organismos responsables de los parques canadienses consiste en dejar hacer a la naturaleza, siempre que ello no ponga en peligro las vidas de los habitantes de la zona, e incluso complementar su acción llegando a provocar quemas controladas en zonas vulnerables que necesitan ser regeneradas.

El resultado de estas políticas es especialmente perceptible en Marble Canyon, donde los árboles jóvenes que han brotado tras los tremendos incendios de principios de esta década, conviven con los restos carbonizados del bosque que ardió y con los ejemplares adultos que sobrevivieron al fuego, cuyas nuevas y todavía débiles ramas brotan entre los restos de la corteza ennegrecida. Un corto sendero a lo largo del cañón permite admirar e incluso tocar este fenómeno en toda su crudeza. Sobre un bosque completamente arrasado por las llamas, cuyos restos permanecen allí como testimonio de lo que fue, uno nuevo está surgiendo sin mas ayuda que la de la propia naturaleza, que en cuestión de muy pocos años conseguirá que el paisaje de la zona cambie por completo para volver a ser el que una vez fue y se quemó.

Una cosa he de añadir como inciso para dejar claro lo que ve alguien que se interna en uno de estos bosques (los que forman parte de los parques, por supuesto). Aunque están atravesados por multitud de senderos perfectamente trazados y mantenidos para el uso y disfrute de los caminantes, la idea parece ser que la intervención humana en los bosques sea la mínima e imprescindible. O al menos esa sensación da. Porque no se limpia el bosque, toda la superficie está cubierta por troncos de los árboles caídos o, en algunos casos, talados que no se retiran, sino que se dejan para que su descomposición forme el sustrato sobre el que crezcan los nuevos; troncos cubiertos de un musgo de un verde tan vivo y tan tupido que no parece real, y entre los cuales crecen helechos, brezo… por no hablar de setas y hongos, tan abundantes que hay zonas en las que hay que hacer auténticos esfuerzos para no pisarlos. La sensación que da cuando te apartas un mísero metro del sendero es que el suelo deja de parecer firme bajo tus pies, que en cualquier momento se va a hundir arrastrándote hasta vete tú a saber dónde. Es bastante curioso y, en cierto modo, da la sensación de que estás en medio de la naturaleza en su estado mas puro. Desde luego que no tiene nada que ver con los bosques de repoblación que cruzamos por aquí con árboles, del tipo que sean, perfectamente alineados como si para plantarlos se hubiese usado una regla y cinta métrica…

A escasos kilómetros de Marble Canyon están las Paint Pots, lugar de cierta relevancia histórica y cultural en la zona por la existencia de unas charcas y depósitos de color ocre, que los indios utilizaban para obtener tintes para sus tejidos y sus rituales. Ello es debido a la existencia de una elevada concentración de mineral de hierro en la zona que mezclado con el agua de los manantiales, daba como resultado unos depósitos con un líquido de un color ocre muy vivo. El único problema es acordarse de arrimarse a la orilla del río antes de marchar para limpiar las botas, pues se corre el peligro de ir dejando rastros de tu paso por dondequiera que pises, empezando por las alfombrillas del coche.

Dog Lake fue la grata sorpresa del día. Un área de descanso cualquiera en la carretera era el lugar que tenía pensado para comer algo ese día, entre paseo y paseo. Y fui a caer en una desde la que partía un sendero de poco mas de dos kilómetros y medio que iba a parar al Dog Lake. Pequeño y solitario lago que resultó ser todo lo que uno imagina de un lago canadiense. Silencio, tranquilidad y un bonito bosque rodeándolo que llegaba hasta la orilla, con árboles de tonos rojizos y amarillentos propios del otoño que se reflejaban en su superficie. Y huellas de animales por todas partes, de animales que con total seguridad aparecerían por allí a última hora de la tarde a beber. 

En fin, precioso. Y además no había absolutamente nadie. Lo cierto es que no estaba nada mal para estar tan cerca de Banff. Es lo bueno de viajar por tu cuenta, te apartas unos kilómetros de la ruta turística y te encuentras en lugares tan bonitos o mas en los que no hay casi nadie, en los que en un par de días de viaje te suenan las caras de todo el mundo porque a los pocos turistas que hay te los vas encontrando parada tras parada. 

Me pasé un buen rato descansando en el lago. Merecía la pena hacerlo. A media tarde me puse en camino otra vez con intención de aprovechar el resto de la tarde relajándome en otra de las atracciones de la zona, las piscinas termales de Radium Hot Springs, que dan su nombre al pueblo. La verdad es que no se estaba nada mal. Mejor dicho, me sentó muy bien el baño aunque no deja de resultar un tanto aburrido estar metido en el agua sin hacer nada mas que cambiarte de una piscina a otra. De todas formas es buen plan después de tantos kilómetros conducidos, las caminatas, las mojaduras por la lluvia, el frío de unos días y el calor de otros… Yo me quedé casi como nuevo después de una hora en el agua. Y esa noche dormí estupendamente. Creo que a esto también ayudó el que tuve todo el estupendo albergue, el Radium Hostel (Misty River Lodge), para mí sólo esa noche.

La mañana siguiente amaneció soleada, aunque unas sospechosísimas nubes tormentosas se veían en el horizonte, a lo lejos, en la dirección que tenía que seguir para llegar a mi siguiente destino, Waterton Lakes Village en el Waterton Lakes National Park, de nuevo en la provincia de Alberta y muy cerca de la frontera con los Estados Unidos. De allí me separaban unos trescientos cincuenta kilómetros y una parada entre medias, Fort Steele, fiel restauración de un antiguo pueblo (bastante importante durante unos pocos años) surgido durante la fiebre del oro, que durante un tiempo acogió al primer destacamento de la Policía Montada del Noroeste que hubo al oeste de las Rocosas. 

Enviados allí para poner orden en las disputas entre los indios Ktunaxas y los colonos blancos, al parecer su actuación fue tan acertada que el pueblo cambió su nombre de entonces por el actual en honor a Samuel Steele, superintendente de la brigada de la Policía Montada enviada allí. Y, antes de que nadie se ponga susceptible con el tema, he de decir que lo que les llevó allí fueron las protestas del jefe Ktunaxa por la detención de dos jóvenes indios acusados de un asesinato sin aclarar cometido dos años antes. La Policía Montada dio la razón a los indios y los liberó por falta de pruebas, lo que fue bien aceptado por unos y otros por lo justo de la resolución y los acertados razonamientos expuestos en ella. No tenía ni idea hasta ese momento, pero el tal Samuel Steele es un personaje legendario dentro de la Policía Montada. Para la próxima vez que vaya a Canadá me documentaré un poco mas sobre el tema.

Vale la pena una visita al lugar, es entretenida y diferente a todo lo que había hecho hasta el momento en Canadá. Todo está cuidado hasta el ultimo detalle, empezando por los trajes que utiliza todo el personal que trabaja en el lugar. Y puesto que llegó el mediodía paseando por allí opté por quedarme a comer en el hotel. No le faltaba nada. De fondo música de piano, al mas puro estilo de las películas del oeste, chimenea encendida y animales disecados en las paredes. La comida, estilo canadiense. Pero qué otra cosa cabe esperar de un sitio como ese… Un rato después de comer me puse de nuevo en camino. Los nubarrones que había conseguido esquivar durante casi toda la mañana, venían hacia mi y todavía tenía bastante camino por delante que no me apetecía recorrer en plena tormenta. Tenía entendido que el paisaje que hay llegando a Waterton es espectacular y no quería verlo bajo la lluvia.