miércoles, 10 de noviembre de 2010

SEATTLE, WA



Seattle es la ciudad del doctor Frasier Crane y del desvelado de Seattle, cuna de Boeing y de Microsoft, principal ciudad del estado de Washington en el noroeste de los Estados Unidos, aunque no su capital, y una de las mas lluviosas del país, si no la que mas. Mi avión aterrizó a primera hora de la mañana en el Aeropuerto Internacional Sea-Tac. El día nublado, por supuesto. Media hora de tren después estaba en el centro de la ciudad, apenas a una manzana de mi albergue, el HI Seattle, bien situado, cómodo y con buenas instalaciones. Tenía previsto pasar esa noche allí antes de recoger mi nuevo coche y recorrer la última etapa de mi viaje, así que descargué mi equipaje y me fui a dar una vuelta por la ciudad. 

Seattle mira al mar. Levantada en una de las orillas de un gran fiordo, el Puget Sound, prácticamente todo el frente que da al mar está ocupado por un gran puerto en el que gigantescas grúas, miles y miles de contenedores y barcos mercantes dominan el paisaje. Hacia el interior rascacielos de acero y cristal se mezclan con edificios mas antiguos de ladrillo y piedra, aunque aquí da sensación de ser algo mas ordenado y armonioso que en Calgary. En las afueras los típicos barrios residenciales de casas unifamiliares con jardín. Y como no el inevitable pirulí, restaurante giratorio incluido, por supuesto.

No creo que esta ciudad en sí tenga muchos atractivos turísticos. Los justos para pasar un día, salvo que quien vaya tenga mucho interés en visitar la factoría de Boeing que está a las afueras. En mi caso Seattle era la puerta de entrada a la Península de Olympic, que era lo que realmente me interesaba visitar. Si el ferry a Bella Coola hubiese salido en otra fecha diferente habría ido allí directamente desde Victoria, pero las fechas mandaban y la única forma de encajar todas las piezas era dejando ésta para el final, previo paso por Seattle.

Mi plan para este día era pasear, a ser posible sin rumbo fijo, catar un poco el ambiente de la ciudad y poco mas. No tenía muchas expectativas que digamos. He de reconocer que me llevé mejor impresión de Seattle que de Calgary. Probablemente sea porque el centro de la ciudad daba sensación de mas limpio, ordenado y organizado en cuanto a su desarrollo. O tal vez sea porque me van mas las ciudades con mar. No lo sé, pero el caso es que me gustó algo mas. Puede que si hubiese estado un día mas en Seattle ahora estuviese echando pestes de ella. Lo cierto es que un día de estancia me pareció suficiente y en este caso acerté.

Nada mas salir del albergue tropecé con una banda de música tocando a pleno pulmón seguida de multitud de personas vestidas de verde. Dado que no era el día de San Patricio sólo podía ser algún partido de algo que resultó ser futbol y no americano, sino lo que por allí llaman soccer. Me sorprendió el que fuese a mediodía y que hubiese tanta afición. Parando el tráfico para que pasasen había un policía que parecía sacado de una película, gordo, con gafas negras y una Harley para patrullar. Sólo le faltaba el donut. Supongo que los habría comido para desayunar y que a esas horas estaría a punto de irse a devorar un perrito caliente. En mi caso, muerto de hambre como estaba para esa hora, y mas después del madrugón, decidí comer algo en un enorme bar que había allí mismo, mezcla entre taberna irlandesa y local de hinchas. Una ración de pollo con guarnición y un par de cervezas después, es decir en el descanso del partido, me vi con fuerzas suficientes para recorrer la ciudad y subir sus pronunciadas cuestas, así que me marché de allí dejando al equipo local con un par de goles de ventaja. Para esa hora las nubes habían desaparecido dejando una tarde esplendida.

A pocas manzanas de allí está el Pike Market. Atracción turística local sobretodo por el hecho de que en los puestos de pescado tienen la costumbre de pasarse la pieza elegida por el cliente como si de un balón de rugby se tratase. Es un gracioso espectáculo aunque personalmente, una vez que ya estás allí, recomiendo los puestos de fruta, que tenía una pinta que daba gusto verla. El problema de comprarla es que te pase lo que a mí es decir, que estés después cargando con ella durante toda la tarde. Eso sí, todo lo que compré estaba exquisito.

Un par de cuestas después estaba la estación del monorraíl que lleva hasta el Seattle Centre en un recorrido de apenas minuto y medio. Edificios procedentes de la exposición universal de 1962, con la Space Needle o aguja espacial (el pirulí de turno) a la cabeza como vestigios de ese pasado reciente, comparten el espacio con otros mas modernos como es Experience Music Project, una especie de museo interactivo de la música construido por uno de los fundadores de Microsoft en un edificio de Frank Gehry, cuyas formas recuerdan al museo Guggenheim de Bilbao aunque a mucha menor escala. También hay un museo de ciencia ficción en el que se exponen objetos de la Guerra de las galaxias y Star Trek entre otras cosas. La verdad es que la entrada es bastante cara para mi gusto (yo no entré porque llegué a última hora), así que sólo lo recomiendo para auténticos fans de cualquiera de esas dos cosas.


Desde allí volví al centro y dediqué el resto de la tarde a callejear por el centro de la ciudad. Con una cena temprano en un restaurante oriental dí por finalizado el día. Estaba agotado pues no en vano llevaba en pie desde las cinco de la mañana. Al día siguiente tenía previsto recoger el coche a primera hora y embarcar rumbo a la Península Olympic. Como era domingo no todas las oficinas estaban disponibles por lo que tuve que cruzar media ciudad. Lo mejor para llegar hasta allí era coger el autobús, entre otras razones porque en el centro de la ciudad son gratuitos durante el día, pero cogerle el truquillo a los autobuses urbanos de Seattle tiene su miga pues el número que lleva el autobús no coincide con la ruta, así que hay que andar un poco vivo para acertar con el correcto. Al final es casi mejor preguntar al conductor. 

Un breve paseo en autobús y un sablazo después tenía mi coche de alquiler. Lo del sablazo era inevitable pues la compañía con la que lo alquilé, Budget, es la única que tiene oficina en Port Angeles, lugar donde iba a iniciar el viaje de vuelta a casa. Y como lo de ser los únicos tiene sus ventajas me cobraron un pastón por entregar el coche en una oficina distinta, los muy piratas. Si tuviesen competencia posiblemente las cosas serían distintas pero en este caso no había nada que hacer. Volví al albergue a recoger el equipaje y me fui al muelle para embarcar en el ferry a Bremerton. El tiempo para ese día, nublado con amenaza de llovizna. No esperaba otra cosa. A fin de cuentas a los vampiros no les va el sol.

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