domingo, 24 de octubre de 2010

YOHO Y KOOTENAY

Si el día anterior fue espléndido éste, en el que ponía rumbo al cercano Parque Nacional Yoho en la Columbia Británica, amaneció nublado. Lo cierto es que el día tenía tan mala pinta que al de un rato empezó a lloviznar y ya no paró hasta media tarde. Este parque está muy cerca de Lake Louise, apenas a treinta kilómetros. Sin embargo está muy poco concurrido y tiene unos cuantos rincones muy recomendables, además de algunas buenas excursiones y rutas para caminar. 

Esa era mi idea inicial, otra larga caminata por la zona, pero dado que el tiempo empeoraba por momentos y me habían dicho que hasta la tarde no mejoraría (por aquí el tiempo cambia muy rápido), cambié mis planes sobre la marcha porque si me lanzaba a hacer la caminata (unos veinte kilómetros), ni vería nada por la niebla ni conseguiría hacer otra cosa que mojarme o patinar en el barrizal en que se estaban transformando los senderos.

Así que, tras pasarme por el centro de visitantes de Fields, decidí hacer varias excursiones cortas por la zona, lo que en este caso implicaba cubrir buena parte del parque. La primera fue a Emerald Lake, un pequeño lago de aguas verdosas con un sendero que recorre todo su perímetro y algunos desvíos a algún otro minúsculo lago o glaciar. No pude evitar mojarme porque en este momento empezó a llover con algo mas de fuerza, aunque no fui el único. Mis dos colegas de Bélgica, a los que no veía desde hacía un par de días, andaban también por allí y se mojaron tanto como yo. Lo sentí por ellos. Con el tiempo que hacía no era buen día para acampar. 

Acabé comiendo en el coche lo que había preparado para la excursión de ese día, en un alarde de optimismo por mi parte, mientras esperaba un rato a que amainase el chaparrón. Con eso y un té caliente que me tomé en el típico bar tienda multiusos que había en Fields (no había mucho mas), me marché rumbo al valle de Yoho a primera hora de la tarde. Esa parte del parque la iban a cerrar apenas cuatro días después así que tuve suerte. Es un valle bastante estrecho y por esa carretera se salva bastante desnivel, así que para el 1 de octubre la cierran todos los años por el peligro que  suponen la nieve y las avalanchas. De hecho hay un tramo con unas curvas tan cerradas que ni los autobuses ni las caravanas tienen espacio suficiente para girar, así que no tienen mas remedio que hacer alguno de los tramos marcha atrás. Pero una vez que pasas ese tramo llegas a las Takakkaw Falls, consideradas las segundas cascadas mas altas de todo Canadá. Realmente es un paisaje imponente y el sendero te lleva hasta la mismísima base de la cascada por lo que si no te andas con un poco de ojo puedes acabar empapado.

Apenas a unos cientos de metros de la cascada estaba situado mi albergue para esa noche, el Whisky Jack. No tenía ni idea hasta que llegué, pero a la mañana siguiente cerraba hasta la siguiente temporada, así que me pude alojar en él de milagro. Afortunadamente porque resultó ser un sitio encantador, sin electricidad ya que todo funcionaba con propano, uno de esos albergues situadas en zonas salvajes, desérticas, sin nada alrededor que no sea el propio albergue. Un paraje tan tranquilo que el estruendo de la cascada se escuchaba perfectamente, a pesar de que estaba a varios cientos de metros de distancia. 

Un rato después de llegar yo aparecieron por allí dos parejas de alemanes. Los cinco íbamos a ser toda la clientela del lugar para esa última noche. Fue divertido. Había un ambientillo como de última noche de campamento veraniego, así que acabamos contándonos unos a otros cómo habíamos acabado allí y los planes que teníamos para los siguientes días. Uno de los alemanes era mochilero total. Llevaba todo el verano dando vueltas por allí haciendo autostop. Después de recorrerse todo Alaska y buena parte del oeste de Canadá tenía intención de volar a Nueva Zelanda y hacer allí lo mismo. Los hay con suerte. Había terminado ese verano sus estudios y había decidido tomarse un año sabático o, como mínimo, no aparecer por casa hasta  Navidad.

A la mañana siguiente los cinco nos pusimos en movimiento temprano. Unos en dirección a Lake Louise, otros a hacer la ruta que me hubiese gustado a mi hacer la víspera, que salía del mismo albergue, y yo hacia el vecino Parque Nacional Kootenay. Visto el clima del día anterior hoy tocaba buen día, como así fue. Tenía previsto hacer noche en Radium Hot Springs, a poco mas de cien kilómetros de allí. Sin embargo opté por volver sobre mis pasos y entrar al parque por el extremo opuesto, ya que con ello me iba a ahorrar al final del día unos cien kilómetros, lo que no es poco.

Comparados con sus vecinos de Alberta, Yoho y Kootenay son como los hermanos pequeños de entre los parques nacionales de las Rocosas canadienses. Sin embargo su extensión no es despreciable pues ambos superan de largo los mil kilómetros cuadrados. La carretera 93 atraviesa Kootenay de punta a punta y, como ya he comentado, mi intención era empezar desde la desviación existente entre Lake Louise y Banff y terminar en Radium a última hora de la tarde. Pensaba tomármelo con calma y aprovechar el buen día que hacía, parando varias veces a lo largo de la ruta y haciendo varias excursiones cortas por el parque. 

El parque toma su nombre del río Kootenay que nace en las Rocosas, en los límites del parque, y es unos de los principales afluentes del Columbia, cuyo curso discurre tanto por la Columbia Británica como por los estados de Montana e Idaho en los EEUU. Y el río a su vez lo toma de los indios Kootenay, de la nación Ktunaxa, en la Columbia Británica. Las principales atracciones del parque nacional son bastante accesibles debido a que éste discurre por el interior de un valle bastante estrecho, lo que hace que los principales puntos de interés estén a corta distancia de la carretera que lo atraviesa de un extremo a otro.

Kootenay es un parque bastante peculiar en cierto modo. Se supone que en este parque se pueden ver desde glaciares hasta cactus pero de éstos últimos yo, al menos, no vi ni uno. Sin embargo no es esto en mi opinión lo que hace especialmente interesante a Kootenay, sino el hecho de que probablemente sea uno de los lugares que mejor ilustran la política de conservación de la Autoridad Nacional de Parques de Canadá o donde ésta es mas perceptible. Kootenay ha sido un parque especialmente castigado por los incendios en las últimas dos décadas. Uno de ellos se llevó por delante aproximadamente el 15% de la superficie del parque hace siete años en un incendio que duró cuarenta días. Pues bien, las autoridades consideran que el fuego (debidamente controlado) es un elemento positivo que ayuda a la regeneración de la masa forestal del parque. Y ello porque arrasa los ejemplares mas grandes y los enfermos, que impiden el crecimiento de los árboles jóvenes y, con ello, la regeneración de la masa forestal. Por ello la política de los organismos responsables de los parques canadienses consiste en dejar hacer a la naturaleza, siempre que ello no ponga en peligro las vidas de los habitantes de la zona, e incluso complementar su acción llegando a provocar quemas controladas en zonas vulnerables que necesitan ser regeneradas.

El resultado de estas políticas es especialmente perceptible en Marble Canyon, donde los árboles jóvenes que han brotado tras los tremendos incendios de principios de esta década, conviven con los restos carbonizados del bosque que ardió y con los ejemplares adultos que sobrevivieron al fuego, cuyas nuevas y todavía débiles ramas brotan entre los restos de la corteza ennegrecida. Un corto sendero a lo largo del cañón permite admirar e incluso tocar este fenómeno en toda su crudeza. Sobre un bosque completamente arrasado por las llamas, cuyos restos permanecen allí como testimonio de lo que fue, uno nuevo está surgiendo sin mas ayuda que la de la propia naturaleza, que en cuestión de muy pocos años conseguirá que el paisaje de la zona cambie por completo para volver a ser el que una vez fue y se quemó.

Una cosa he de añadir como inciso para dejar claro lo que ve alguien que se interna en uno de estos bosques (los que forman parte de los parques, por supuesto). Aunque están atravesados por multitud de senderos perfectamente trazados y mantenidos para el uso y disfrute de los caminantes, la idea parece ser que la intervención humana en los bosques sea la mínima e imprescindible. O al menos esa sensación da. Porque no se limpia el bosque, toda la superficie está cubierta por troncos de los árboles caídos o, en algunos casos, talados que no se retiran, sino que se dejan para que su descomposición forme el sustrato sobre el que crezcan los nuevos; troncos cubiertos de un musgo de un verde tan vivo y tan tupido que no parece real, y entre los cuales crecen helechos, brezo… por no hablar de setas y hongos, tan abundantes que hay zonas en las que hay que hacer auténticos esfuerzos para no pisarlos. La sensación que da cuando te apartas un mísero metro del sendero es que el suelo deja de parecer firme bajo tus pies, que en cualquier momento se va a hundir arrastrándote hasta vete tú a saber dónde. Es bastante curioso y, en cierto modo, da la sensación de que estás en medio de la naturaleza en su estado mas puro. Desde luego que no tiene nada que ver con los bosques de repoblación que cruzamos por aquí con árboles, del tipo que sean, perfectamente alineados como si para plantarlos se hubiese usado una regla y cinta métrica…

A escasos kilómetros de Marble Canyon están las Paint Pots, lugar de cierta relevancia histórica y cultural en la zona por la existencia de unas charcas y depósitos de color ocre, que los indios utilizaban para obtener tintes para sus tejidos y sus rituales. Ello es debido a la existencia de una elevada concentración de mineral de hierro en la zona que mezclado con el agua de los manantiales, daba como resultado unos depósitos con un líquido de un color ocre muy vivo. El único problema es acordarse de arrimarse a la orilla del río antes de marchar para limpiar las botas, pues se corre el peligro de ir dejando rastros de tu paso por dondequiera que pises, empezando por las alfombrillas del coche.

Dog Lake fue la grata sorpresa del día. Un área de descanso cualquiera en la carretera era el lugar que tenía pensado para comer algo ese día, entre paseo y paseo. Y fui a caer en una desde la que partía un sendero de poco mas de dos kilómetros y medio que iba a parar al Dog Lake. Pequeño y solitario lago que resultó ser todo lo que uno imagina de un lago canadiense. Silencio, tranquilidad y un bonito bosque rodeándolo que llegaba hasta la orilla, con árboles de tonos rojizos y amarillentos propios del otoño que se reflejaban en su superficie. Y huellas de animales por todas partes, de animales que con total seguridad aparecerían por allí a última hora de la tarde a beber. 

En fin, precioso. Y además no había absolutamente nadie. Lo cierto es que no estaba nada mal para estar tan cerca de Banff. Es lo bueno de viajar por tu cuenta, te apartas unos kilómetros de la ruta turística y te encuentras en lugares tan bonitos o mas en los que no hay casi nadie, en los que en un par de días de viaje te suenan las caras de todo el mundo porque a los pocos turistas que hay te los vas encontrando parada tras parada. 

Me pasé un buen rato descansando en el lago. Merecía la pena hacerlo. A media tarde me puse en camino otra vez con intención de aprovechar el resto de la tarde relajándome en otra de las atracciones de la zona, las piscinas termales de Radium Hot Springs, que dan su nombre al pueblo. La verdad es que no se estaba nada mal. Mejor dicho, me sentó muy bien el baño aunque no deja de resultar un tanto aburrido estar metido en el agua sin hacer nada mas que cambiarte de una piscina a otra. De todas formas es buen plan después de tantos kilómetros conducidos, las caminatas, las mojaduras por la lluvia, el frío de unos días y el calor de otros… Yo me quedé casi como nuevo después de una hora en el agua. Y esa noche dormí estupendamente. Creo que a esto también ayudó el que tuve todo el estupendo albergue, el Radium Hostel (Misty River Lodge), para mí sólo esa noche.

La mañana siguiente amaneció soleada, aunque unas sospechosísimas nubes tormentosas se veían en el horizonte, a lo lejos, en la dirección que tenía que seguir para llegar a mi siguiente destino, Waterton Lakes Village en el Waterton Lakes National Park, de nuevo en la provincia de Alberta y muy cerca de la frontera con los Estados Unidos. De allí me separaban unos trescientos cincuenta kilómetros y una parada entre medias, Fort Steele, fiel restauración de un antiguo pueblo (bastante importante durante unos pocos años) surgido durante la fiebre del oro, que durante un tiempo acogió al primer destacamento de la Policía Montada del Noroeste que hubo al oeste de las Rocosas. 

Enviados allí para poner orden en las disputas entre los indios Ktunaxas y los colonos blancos, al parecer su actuación fue tan acertada que el pueblo cambió su nombre de entonces por el actual en honor a Samuel Steele, superintendente de la brigada de la Policía Montada enviada allí. Y, antes de que nadie se ponga susceptible con el tema, he de decir que lo que les llevó allí fueron las protestas del jefe Ktunaxa por la detención de dos jóvenes indios acusados de un asesinato sin aclarar cometido dos años antes. La Policía Montada dio la razón a los indios y los liberó por falta de pruebas, lo que fue bien aceptado por unos y otros por lo justo de la resolución y los acertados razonamientos expuestos en ella. No tenía ni idea hasta ese momento, pero el tal Samuel Steele es un personaje legendario dentro de la Policía Montada. Para la próxima vez que vaya a Canadá me documentaré un poco mas sobre el tema.

Vale la pena una visita al lugar, es entretenida y diferente a todo lo que había hecho hasta el momento en Canadá. Todo está cuidado hasta el ultimo detalle, empezando por los trajes que utiliza todo el personal que trabaja en el lugar. Y puesto que llegó el mediodía paseando por allí opté por quedarme a comer en el hotel. No le faltaba nada. De fondo música de piano, al mas puro estilo de las películas del oeste, chimenea encendida y animales disecados en las paredes. La comida, estilo canadiense. Pero qué otra cosa cabe esperar de un sitio como ese… Un rato después de comer me puse de nuevo en camino. Los nubarrones que había conseguido esquivar durante casi toda la mañana, venían hacia mi y todavía tenía bastante camino por delante que no me apetecía recorrer en plena tormenta. Tenía entendido que el paisaje que hay llegando a Waterton es espectacular y no quería verlo bajo la lluvia.

jueves, 21 de octubre de 2010

BANFF NATIONAL PARK

Mi primer día en el Banff National Park amaneció despejado así que me preparé para un largo día de monte. Antes de salir me encontré de nuevo con los dos donostiarras de Jasper, que se marchaban ya, y con la pareja de Andorra con la que coincidí en Port Hardy, que venía desde Prince Rupert. Coincidimos todos en el mismo albergue, el HI Lake Louise, francamente bueno aunque también caro pues por muy bien que esté no deja de ser un albergue. Imagino que será el precio de la fama. Después de ponernos al día de  juestras recientes andanzas nos volvimos a despedir (creo que con la total seguridad de que nos volveríamos a encontrar), pues para ese día teníamos planes diferentes. Los míos pasaban por conocer los dos principales lagos de la zona que son los que dan fama al parque, el Moraine y el Louise, y hacer alguna ruta de trekking de día completo en cualquiera de los dos.

El lago Moraine será uno de los lagos mas bonitos de todas las Rocosas canadienses y posiblemente el rincón de las mismas mas fotografiado. También es por eso uno de los mas visitados. Cuando llegué a primera hora de la mañana pude aparcar en el parking que hay junto al lago. Cuando me fui, un par de horas después, estaban dejando los coches en el arcen a mas de dos kilómetros de allí. Conclusión, hay que ir mas bien temprano. 


La mejor vista del lago es desde unos miradores que hay justo al principio, después de recorrer un corto sendero durante menos de diez minutos. En las dos horas que estuve allí esperando a que el sol diese de lleno en la superficie del lago apenas subió nadie. Todo el mundo se iba directamente a recorrer alguna de las rutas largas que se pueden hacer en la zona o simplemente a andar por la orilla del lago. Bueno, también hubo varios valientes que se animaron a alquilar una piragua. Visto el viento que soplaba, en contra, y su pericia remando, escasa, todavía no me explico cómo no naufragaron. Afortunadamente para ellos porque el agua estaba helada y de eso no te salva ni el mejor chaleco salvavidas.

Llegué a Lake Louise a mediodía. Apenas veinte kilómetros separan un lago del otro. Si en el Moraine había gente, Lake Louise parecía el Corte Inglés el primer día de rebajas. Sin embargo eso no le quita al lugar ni gota de encanto, si acaso algo de tranquilidad o de intimidad, pero nada mas, por lo que sigo pensando que es obligatorio incluirlo en cualquier itinerario por la zona. La orilla mas próxima a la carretera de acceso estaba llena de gente, así que era imposible hacer una foto sin que entrasen en ella media docena de personas (como mínimo). Para conseguir un poco de tranquilidad había que caminar un rato e irse hacia el extremo opuesto. Como mi travesía para ese día empezaba ahí eso fue lo que hice.

Ya he comentado unos párrafos antes que para ese día tenía la intención de hacer una ruta larga, de las que te ocupan prácticamente todo el día. Las opciones eran o bien optar por una de las dos que había en la zona del Moraine o bien una que hay en la zona del Louise, opción esta última que fue finalmente la elegida. El motivo fue básicamente que en el centro de visitantes me avisaron de que para recorrer las del Moraine hacia falta un mínimo de cuatro personas juntas, dado que en esa época los osos merodeaban por la zona. Yo no quise esperar a juntarme con otros tres desconocidos para poder hacer alguna de esas rutas, y menos sin saber a que ritmo caminan, así que me decidí por hacer la ruta llamada “Plain of six glaciers”, en Lake Louise. Con ello, además, podría ver los dos lagos en un día y, hacer una excursión bien maja por la zona. De todas formas y por lo que se refiere a los osos he de decir que personalmente los considero bastante menos inquietantes que a los turistas, sobre todo si éstos van armados con peligrosos sprays de pimienta con los que, en un momento dado, estoy seguro de que alcanzarían a todo bicho viviente excepto al oso.

La ruta, de unos diecisiete kilómetros en total si la hacemos completa, es mas bien durilla no tanto por el desnivel que hay que salvar como por el hecho de que los repechos son bastante empinados. Al final acabas llegando a un punto desde el que se domina todo el valle y se ven todos los glaciares que hay, en franco retroceso por cierto. El último tramo daba algo de vértigo porque caminaba sobre una cresta y hacía bastante viento. Pero la vista justificaba el esfuerzo y el mal rato. Como ya he dicho hice la ruta al completo, es decir, la uní a la que lleva al lake Agnes lo que trajo consigo el momento afortunado del día cuando se cruzó en mi camino un “wolverine” o glotón, animal mas parecido a la comadreja que al lobezno que imaginamos de las películas de los X Men, francamente difícil de ver y en serio peligro de extinción en algunos de los lugares donde todavía existe. Digno final para un bastante agotador pero gran día. Al día siguiente volvería a cruzar al otro lado de las Rocosas rumbo a los cercanos, y muchísimo menos concurridos, Parques Nacionales Yoho y Kootenay, pero ese es ya otro capítulo…

JASPER NATIONAL PARK

Jasper y Banff son a los parques nacionales de las Montañas Rocosas Canadienses lo que Disneylandia es a los parques de atracciones. Y que esto no se entienda mal porque tanto Jasper como Banff acumulan méritos suficientes como para merecer unos cuantos días de visita. Probablemente ese sea el problema. Hay demasiados lugares en ellos que valen la pena y éso y el hecho de que estén relativamente cerca de Calgary, sobre todo Banff, hace que auténticas hordas de turistas los visiten a diario. Cualquier circuito de cualquier tour operador que pase por las Rocosas canadienses incluye una parada en el Parque Nacional Banff. Y bastantes de esos mismos circuitos después continúan hacia el norte, hasta Jasper.

A pesar de todo algunos de los rincones mas bonitos de las Rocosas están en estos dos parques así que parar en ellos es algo ineludible. Simplemente hay que mentalizarse de que se entra en una zona en la que, además de con algunos que como en mi caso, vienen o se van hacia zonas mas inhóspitas, vas a tener que compartir las vistas, los senderos y los arcenes con un ejército de japoneses, estadounidenses e incluso alguno de Legorreta haciendo cola en todas partes para sacarse esa foto que aparece en todas las guías turísticas y que todos queremos tener. Y esto por no mencionar el hecho de que todo es mas caro, aunque no necesariamente mejor.

Mi itinerario por las Rocosas comenzaba en Jasper, donde llegué a mediados de septiembre procedente de Williams Lake tras una bonita etapa de mas de quinientos kilómetros de coche. Para esa fecha ya habían caído las primeras nevadas en la zona y si bien en las carreteras no había problema, en los márgenes y en los senderos todavía quedaba nieve que pisar. Las diferencias en el clima con respecto a la costa, de donde venía, todavía no eran muy perceptibles salvo por el hecho de que cuando anochecía las temperaturas bajaban ostensiblemente en aquella zona. Las dos noches que pasé en Jasper llegamos a estar a -4ºC. De hecho los dos belgas con los que me iba encontrando casi a diario desde Port Hardy me contaron días después que casi no habían pegado ojo por el frío esas mismas noches. Iban de acampada y bastante bien equipados, aunque parece que no como para soportar tanto frío. Tampoco lo esperábamos.

Esas dos noches me alojé en el HI Jasper. La guía lo describía como “albergue con cierto aire a campo de refugiados”. Lo cierto es que algo de razón tiene, aunque no por ello está mal. La verdad es que el ambientillo era muy majo y, a pesar de que es todo lo que uno se imagina cuando piensa en un albergue, el silencio por las noches o las normas sobre limpieza y demás se respetaban escrupulosamente. Estaba un tanto apartado del pueblo pero me daba igual. Tenía todo lo que podía necesitar.

El Parque Nacional Jasper ocupa una extensión de algo mas de 11.000 kilómetros cuadrados, lo que viene a equivaler a algo mas del doble de la extensión de Holanda, por poner un ejemplo. Así que las opciones que se te presentan en un lugar semejante son muchísimas. Cientos de kilómetros de senderos, cascadas, lagos, picos que sobrepasan los 3.000 metros de altura… Por tanto a la mañana siguiente a mi llegada me dirigí en primer lugar al centro de información de Jasper, para enterarme un poco sobre las diferentes zonas del parque y lo que podría hacer y ver en los siguientes días, dado que en algunas zonas ya había nieve y en otras peligro por los animales.

Del mapa que me entregaron rápidamente tacharon una zona por la abundancia de “elks”, una especie de ciervo gigantesco, que estaban en plena época de berrea, con lo que desaconsejaban ir por allí. Además me indicaron otras zonas por las que merodeaban osos y demás. Como venía de zona de osos, en aquel momento estaba mas interesado en otro tipo de animales así que opté por la ruta del Lago Maligne. La primera parada es en el Cañón Maligne, a pocos kilómetros de Jasper Town. Es una corta ruta a lo largo de un estrecho y profundísimo cañón, lleno de cascadas, bordeado por un ligeramente resbaladizo sendero que acaba llevándote a ras del río. Es una bonita marcha en la que se salva un pequeño desnivel. El inconveniente… mucha gente así que por momentos acabas circulando en fila india.

La siguiente parada es en el Medicine Lake, un bonito y peculiar lago que todos los otoños se seca debido a que no recibe mas agua que la lluvia y la del deshielo. Lo cierto es que me gustó mas el paisaje de este lago que el del siguiente, el Maligne lake. Por el camino, unas marmotas junto a la carretera tomando el poco sol que había, que ni se inmutaban ante los turistas que parábamos nuestros coches para fotografiarlas, entre los que nos contábamos mis dos colegas belgas y yo; y tres alces en un bosquecillo junto a la carretera casi llegando al Maligne, apenas a unos metros de la carretera, por cuya causa provocamos un tremendo atasco. 

Hay que señalar que cuando alguien se para en el arcén y se baja rápidamente del coche armado con la cámara, suele ser porque ha visto algún animal por la zona, así que todos los que llegan por detrás se bajan simplemente porque saben que hay algo, aunque no sepan qué. Algo así me pasó a mí en ese momento porque prácticamente frené en seco en el arcén al ver al primer alce; unos instantes después, entre los coches y caravanas que había a los dos lados de la carretera, apenas sí quedaba hueco para que pasase un coche. Y todos andando por la carretera en paralelo a los que para entonces ya eran tres alces dando al disparador de la cámara sin cesar. Se debieron de cansar de nuestra compañía porque minutos después se internaron en el bosque y los perdimos de vista.

En el lago hacía bastante viento. Personalmente no tenía intención de embarcar para navegar un rato y sí la de andar un poco por allí. Si hubiese hecho mejor día igual sí me hubiese animado a dar una vuelta en barco, porque la panorámica de las montañas era impresionante pero… creo que ese día no valía la pena hacerlo, así que empecé a andar por uno de los senderos que partían de la orilla. Lo cierto es que hubiese alargado la caminata, pero me encontré con una pareja que resultó ser de Málaga y me entretuve un rato charlando con ellos (hablaban sobretodo ellos, todo hay que decirlo). Resultó que venían de Alaska así que, en honor a la verdad, me interesaron enormemente sus andanzas por aquello de que cualquier año de estos acabaré por allí.

A pesar de todo la ruta que hice por allí estuvo francamente bien. Estaba sólo porque a todos los turistas en viaje organizado se los llevaban directos al barco, así que tuve la oportunidad de internarme sólo en un bosquecillo en el que me crucé una pareja de lo que aquí llamaban “beer”, que viene a equivaler a una especie de corzo, y un coyote. Había trazas de animales mas grandes, imagino que mas alces como los que había visto horas antes, pero no se cruzaron en mi camino. A la vuelta volví a ver mas alces junto a la carretera. Tal vez fuesen los mismos, no lo sé, pero el atasco fue similar. Llegando a Jasper vi mi primer elk. Estaba tumbado, descansando. Todos nos mantuvimos a distancia. En mi vida he visto un ciervo tan grande. Hace que los de aquí parezcan liliputienses. Su presencia impone y su cornamenta también.

A la mañana siguiente mi idea era ir hacia el sur hasta Lake Louise, ya en Banff, recorriendo la ruta conocida como “Icefields Parkway”, considerada una de las mas bonitas de Canadá. Son doscientos treinta kilómetros de carretera atravesando un paisaje hermosísimo con lagos, cascadas y glaciares a cada cual mas espectacular. Yo me detuve en varias ocasiones. La primera de ellas, pura casualidad, lo hice al poco de salir de Jasper por eso que he dicho antes del coche en el arcén y alguien con cámara. No había animales pero sí una de las vistas mas bonitas que me he encontrado a lo largo de mi recorrido por las Rocosas. Resultó que el hombre era un canadiense al que le encantaba ese lugar, hasta el punto de que todos los otoños iba hasta allí para fotografiarlo. Y eso hice yo, aunque dudo que en mi caso me pueda permitir hacerlo cada año, aunque qué mas quisiera.


Aunque el día había salido bastante bueno cuanto mas al sur peor pinta tenía así que para cuando llegué al Glaciar Athabasca, mas o menos a mitad de camino, empezaba a nevar. Antes de llegar me detuve en Athabasca Falls, donde me entretuve un buen rato experimentando con la cámara de fotos hasta que me di cuenta de que me quedaba poca batería y, lo que era peor, que había olvidado poner a cargar las otras dos que llevaba conmigo. Total que, después de semejante descuido, lo prioritario era conseguir un enchufe como fuese y recargar al menos una de ellas. 

Si bien los sitios en los que detenerse en esa carretera para hacer algo de turismo son abundantísimos, los lugares en los que comer algo y de paso recargar la pila de una cámara no son ni mucho menos tantos, por lo que no me quedó mas remedio que quedarme en el gran centro de visitantes del Glaciar Athabasca, parada obligada de todos los autocares de turistas que pululan por la zona y que, a la hora de la comida, estaba tan abarrotado como una estación del metro de Tokio y nunca mejor dicho porque los japoneses ganaban por goleada. De todas formas he de decir, para ser justos, que había uno de Legorreta por allí tan escandaloso como diez japoneses juntos.

Me acerqué andando hasta la base del glaciar. Hacía un frío que pelaba, caía aguanieve y soplaba bastante viento. En resumen, el día se había puesto francamente desapacible. Llegando al glaciar había marcas en los lugares donde llegaba el hielo décadas atrás para poder apreciar hasta qué punto está en retroceso, junto con carteles que te ilustran sobre los efectos de la actividad humana en el cambio climático y como afecta éste al glaciar. Y sin embargo la principal atracción que te ofrecen, previo pago, consiste en subirte a un autobús con orugas en lugar de ruedas, darte un paseo en él por encima del glaciar y bajar andando hasta la cabecera. Supongo que todo eso no ayudará mucho a la supervivencia de los campos de hielo, sobretodo la parte del autobús. Así que no dejó de parecerme un cierto contrasentido.

Desde allí continué unos kilómetros mas. La verdad es que no sé qué me impulsó a parar ahí. Porque las Bridal Veil Falls, ya dentro del parque Nacional Banff, son unas mas de las muchas cascadas que hay a lo largo de las Rocosas. Un corto sendero que se recorre en apenas diez minutos, te lleva hasta la misma base de un bonito par de cascadas de agua helada que parecen surgir de las entrañas de la montaña. Un señor que había por allí, antes de que supiese siquiera dónde estaba, me animó a bajar diciéndome que era un espectáculo que valía la pena. Y no le faltaba razón. Eran bastante mas bonitas éstas que las que había visto por la mañana, que me habían recomendado la víspera en el centro de visitantes de Jasper Town. 

Mis problemas comenzaron justo después. Y es que al volver al parking para continuar mi ruta el coche me dio una desagradable sorpresa. No arrancaba. Parecía muerto. La batería no daba ni la mas mínima señal de vida. Yo no soy mecánico, es algo de lo que no tengo ni idea, pero incluso a mí me parecía imposible que la batería de un coche que llevaba funcionando sin descanso desde hacía días, se descargase en media hora. Y como buen coche automático la dirección y la caja de cambios estaban completamente bloqueadas por lo que no podía ni moverlo. Así que tenía un problema. O mas bien dos, porque en esa zona no había cobertura de móvil ni para hacer llamadas de emergencia. Tocaba pedir ayuda y, al final, gracias a un chaval de Toronto que andaba por allí conseguí arrancarlo. El problema parecía consistir en un mal contacto porque no se podía arrancar el coche sin retorcer uno de los cables de la batería, así que la cosa no pintaba bien si me quedaba allí. Había que llegar a un lugar algo mas civilizado y ponerse en contacto con la compañía de alquiler para que me lo solucionasen lo antes posible, así que con el motor ya en marcha me puse en camino. Treinta y tantos kilómetros después llegué a la única gasolinera que hay entre Jasper Town y Lake Louise. Además tenía restaurante, teléfono e incluso un Resort. Desde luego era lo mas civilizado que había visto en todo el día, así que siguiendo un impulso me paré para llamar desde allí a los de Hertz y darles cuenta del problema con intención de que se pusiesen a ello cuanto antes.

Craso error. Si hubiese sabido lo que me esperaba habría continuado hasta el albergue de Lake Louise y llamado desde allí, aun tardando una hora mas en dar el aviso. Habría tenido mi nuevo coche en el mismo tiempo ahorrándome una tonta espera de seis horas en un bar, tener que cenar otra hamburguesa a precio de solomillo y mas de media hora chupando frío en un teléfono que estaba a la intemperie, perdiendo mi casi infinita paciencia hablando, o mas bien discutiendo, con el sujeto que contestó mi llamada. En mi defensa he de decir que había visto una oficina en Jasper Town, así que pensé que serían ellos los que me lo solventasen. El caso es que en esa oficina no tienen coches, salvo que lo reserves anticipadamente, cosa que yo no sabía, y me tuvieron que traer uno desde Calgary, a casi doscientos kilómetros de allí, cosa que yo no esperaba.

Me debió de coger la llamada el mas mongol de la empresa de alquiler porque, aunque le dije la carretera en la que estaba, la 93, y el punto kilométrico exacto, además de otras buenas referencias como que era la única gasolinera en 150 km o el nombre del restaurante y el del Resort que había junto a ella, el chaval me decía que no tenía suficientes datos y que no me podía garantizar que me enviasen el nuevo coche al lugar correcto. La verdad es que estaba en la carretera mas turística de toda la Provincia de Alberta, así que no sé que mas datos le podía dar... además del hecho de que sale en todos los folletos turísticos, cosa que le repetí hasta en tres ocasiones. Hasta el turista mas zoquete de todo Canadá hubiera sabido de dónde le estaba hablando. Incluso el gruísta que me trajo el nuevo coche horas después me dijo que ese lugar no tenía pérdida.

Lo dicho, era mongol y llegó un momento en el que casi perdí la paciencia con él (y ya es difícil). Me faltó un pelo para preguntarle si era tonto pero dado que al final él tenía la sartén por el mango me contuve, aunque me costó bastante. De hecho lo de "joder" se me escapó al menos un par de veces. Al final la cosa acabó con seis horas de espera por el nuevo coche y unos últimos 80 km hasta mi albergue en un tiempo record para los estándares canadienses. Vamos que el cochecillo ese no daba mas de sí (aunque dio bastante). A media noche llegué al albergue cansado, cabreado pero aliviado porque al final la historia no iba a afectar lo mas mínimo a mis planes de viaje para los siguientes días. Únicamente me había quedado sin hacer un par de paradas mas en la ruta que me apetecían bastante, en el Parque Nacional Banff. Las he dejado para otra ocasión...

viernes, 1 de octubre de 2010

VALLE DE BELLA COOLA, CARIBOO, CHILCOTIN Y REGIÓN DE THOMPSON OKANAGAN

Nunca entenderé por qué hace tanto frío en los ferrys, por qué demonios (por no decir algo peor) tienen siempre (o casi siempre) el aire acondicionado puesto hasta los topes. Eso y un par de orcas que vimos durante la travesía, es el recuerdo del primer ferry que tuve que coger para llegar hasta el valle de Bella Coola. Y digo primer porque como para cuando yo quería ir ya había terminado la temporada de verano (18 de septiembre), la única forma de llegar era con un itinerario que implicaba varias paradas y un cambio de barco a la una de la madrugada, para llegar al destino casi diez y ocho horas después de la salida, con varias horas de propina sobre lo habitual. ¡Genial, vamos! Son los inconvenientes que tiene leer (y hacerle caso) la Lonely Planet.

En fin, lo dicho, cogimos un primer barco que no estaba nada mal, si exceptuamos el frío que hacía dentro y que provocaba que todos fuésemos abrigados como si estuviésemos en el polo, para desembarcar a la una de la madrugada en la isla de Bella Bella y, tras una hora de escala y sin apenas haber dado una cabezada, embarcar en el ferry que unas diez horas después nos dejaría en nuestro destino final, Bella Coola.

En este segundo ferry al menos hacía calor, tenían puesta la calefacción en lugar del aire acondicionado, lo que es de agradecer cuando los grados de temperatura exterior se cuentan con los dedos de las manos… Pero no nos engañemos, esa era la única ventaja con respecto al otro barco. En todo lo demás era como comparar un caballo árabe y un burro manchego. Porque este segundo ferry era una especie de remolcador bastante cochambroso con un par de huecos de unos quince metros cuadrados reservados al pasaje. En cada uno de estos huecos había nueve bancos corridos con capacidad para unos cuatro pasajeros en cada uno (tres si son norteamericanos devoradores de hamburguesas). Y dado que en el barco íbamos poco mas de una docena de personas, tocábamos a algo mas de un banco por cabeza. Los bancos estaban acolchados, por lo que podías tumbarte e intentar dormir un poco con una cierta comodidad y hasta calentito. Pero como la alegría dura poco en la casa del pobre, a las cinco y media de la mañana nos tuvimos que levantar porque hacíamos escala en otro puerto y teníamos que mover el coche de sitio, así que cuando mas profundamente estaba dormido… En fin, después de eso ya no volví apenas a coger el sueño.

Bella Coola está al fondo de un fiordo bastante profundo por el que estuvimos navegando durante horas. Dado que para el amanecer estábamos despiertos pudimos disfrutar del paisaje durante unas cuantas horas. Si hubiera dormido algo más posiblemente habría gozado mas de la travesía pero, como estaba cansado, al final se me hizo algo pesada. Diez y ocho horas son muchas horas y mas cuando te queda todo el día por delante y casi no has pegado ojo. Además empezaba a llover. De hecho la lluvia nos acompañó sin dar tregua durante día y medio. Y cuando estás de viaje la lluvia nunca suele ser buena compañía.

En el barco también venía una joven pareja de belgas. Los había visto el día anterior en Cape Scott. No es nada difícil seguirles la pista porque tienen un coche de alquiler horroroso, un Nissan Cube, de color indescriptible que es fácilmente reconocible, porque dudo mucho que haya dos iguales en todo Canadá. Daban sensación de ser buena gente y, por lo que hable con ellos en el barco, me da la sensación de que me los voy a encontrar mas veces a lo largo de este viaje. Iban mas de tiradillos que yo porque dormían en tienda de campaña y eso les ata menos que un recorrido en el que vas de albergue o de hotel con las reservas hechas desde casa, pero creo que les ha gustado de la guía lo mismo que a mi, así que en un lugar u otro volveremos a coincidir.

De hecho nos volvimos a encontrar esa misma tarde. De los pueblos de Bella Coola Y Hagensborg (los dos que hay en el valle) no digo nada porque apenas son un puñado de casas, varios alojamientos de diverso tipo para los turistas que nos animamos a ir hasta allí, dos hamburgueserías y varias gasolineras con horario de funcionario. Pero también hay algo mas, porque apenas unas semanas antes de llegar la administración de parques provinciales de la Columbia Británica había habilitado un lugar en el río para que los turistas pudiésemos ir a ver a los osos alimentarse. Se trata de un pequeño mirador a la orilla del río en un punto en el que los osos grizzlis suelen ir a pescar salmones. Tiene un horario de funcionamiento bastante riguroso (de 07.00am a 10.00am y de 16.00pm a 19.00pm) y está controlado por los guardas del parque, que se ocupan de que no haya ningún peligro para los observadores y de que nadie incordie a los osos. Así que, si te quedas un buen rato esperando tienes muchas posibilidades de llevarte el premio. Yo fui esa misma tarde después de instalarme en mi alojamiento (y de comer la inevitable hamburguesa) y, además de la pareja de belgas y varios turistas mas (la  mayoría de los cuales había llegado en el mismo barco que yo), había un par de osos pescando salmones delante nuestro. ¡Premio! Luego apareció río abajo una osa con dos crías, así que la tarde no podía ir mejor. Si no hubiese sido por la llovizna…

Ver a un oso grizzlie en un río pescando salmones como si de un documental de National Geographic se tratase es un espectáculo digno de verse. Tanto que justifica la paliza de viaje que supone llegar hasta allí (por no hablar de lo que cuesta la broma). Creo que podría pasarme horas viéndolo. Con todo lo que conlleva porque de los despojos que dejan los osos, se alimenta todo el resto de fauna de la zona. Los salmones muertos o, mejor dicho, sus restos se cuentan por miles (o por toneladas, si preferís) en ese río hasta el punto de que desprende un olorcillo bastante nauseabundo que me recordaba los mercados de pescado vietnamitas. 


La verdad es que no escatimé en horas para ver este espectáculo, porque a las ocho de la mañana siguiente me pasaron a recoger para embarcar en una zodiac y recorrer un tramo de río en busca de osos dedicados a la pesca. Mis compañeros de excursión, los dos belgas del barco que empezaban, de algún modo, a convertirse en mis compañeros de fatigas. Llovía, ¡cómo no!, pero a ninguno nos importó. La cosa era ver osos como fuese. A fin de cuentas para eso habíamos ido hasta allí. Todo lo demás era cuestión de chubasquero y ropa de abrigo y de eso me había traído de sobra. Así que empezamos a descender poco a poco el río parando en cada playa o recodo en los que los osos acostumbraban a aparecer para saciar su apetito. Nos llevamos nuestro botín, pues tuvimos tres animales delante nuestro dando toda una lección de buceo y pesca, pero también una buena dosis de agua y frío que sólo conseguí quitarme tras un par de bebidas calientes. Irónicamente dejó de llover y empezaron a asomar unos cuantos rayos de sol cuando estábamos de vuelta de la excursión.

Cada vez estoy mas convencido de que la fascinación de ver a estos animales en libertad y el dinero que pagamos por ello en safaris y demás se debe, al menos en parte, a que los europeos hemos arrasado con prácticamente todo bicho viviente (excepto cuatro conejos y perdices y poco mas), hasta el punto de que prácticamente la única oportunidad de ver algún animal no doméstico vivo es en los zoológicos, poblados por animales tristones y aletargados que se limitan a esperar a que cada día les echen la comida. A estas alturas y con muchos miles de kilómetros de vuelo a cuestas puedo asegurar que no es lo mismo.

Dediqué la tarde de ese mismo día, aprovechando que el tiempo había mejorado, a hacer una pequeña excursión a un montecillo cercano desde donde había unas magníficas vistas del valle. Estaba yo sólo, tenía todo el sendero y el monte para mí, así que me quedé un buen rato, hasta casi el atardecer. A la mañana siguiente amaneció despejado. Ese día me marchaba de allí y ponía rumbo a las Montañas Rocosas, donde llegaría un día después. Como estaba de camino decidí parar de nuevo en el mirador para ver si aparecía algún otro oso. Estuve allí algo mas de una hora. El animal no faltó a la cita aunque se hizo bastante de rogar. Estuve charlando un rato con los belgas, que andaban por allí pues habían tenido la misma idea que yo, y me dijeron que también marchaban ese mañana y con mi misma dirección, así que no me cupieron dudas de que me los volvería a encontrar. Creo que ellos pensaron lo mismo. A fin de cuentas los tres habíamos estudiado la misma guía…

Desde Bella Coola hasta Jasper, mi primera parada en las Rocosas, hay exactamente 999 km, algo imposible de recorrer en un día con las medias de velocidad canadienses. Además mi intención era hacer alguna parada por el camino así que planeé el recorrido para hacerlo en dos días. Para salir del valle de Bella Coola sólo hay una carretera (que por lo que me dijeron la cierran con una cierta frecuencia al año debido a las nevadas, las fuertes lluvias, incendios y demás. Para salir de allí hay que subir un puerto a lo largo de 32 km, con un desnivel de unos 1500 metros por una carretera sin asfaltar, de tierra apelmazada, con rampas de hasta un 18% y toda clase de vehículos circulando por ella. Después de subir el puerto todavía quedaban algo mas de 60 km sin asfaltar pero esa era la parte fácil del asunto. Lo complicado era el puerto porque si el día que yo llegué en Bella Coola llovía, arriba nevaba. De todas formas me informaron de que en la “carretera” no había nieve, como mucho en los márgenes, así que una vez que a las diez de la mañana cerraron el mirador de los osos me puse en carretera con intención de recorrer casi 500 km hasta llegar a la ciudad, por llamarla de alguna manera, de Williams Lake, que se caracteriza por estar en mitad de ninguna parte, pero que es parada casi obligada por estar en la mitad de casi cualquier recorrido que implique cruzar la Columbia Británica de extremo a extremo.

Lo de la carretera sin asfaltar… en fin fue divertido porque si bien no había nieve sí que tenía bastante barrillo que se había formado por la nieve, la lluvia y la humedad de los últimos días y que el poco sol que había brillado desde la tarde anterior no había podido secar. No era cuestión de correr porque no es plan amargarse las vacaciones haciendo el tonto con el coche, ni falta que hacía porque de todas formas el coche patinaba igual. Lo dicho, me divertí bastante.

Siendo sinceros la verdad es que no esperaba gran cosa de este día. No tenía parques naturales que atravesar, aunque sí unos cuantos lagos. Realmente me lo había planteado como algo inevitable hasta llegar a las Montañas Rocosas, que iba a ser la siguiente gran etapa de mi viaje. Y sin embargo fue un día muy bonito, recorriendo una carretera que te pedía parar a cada cinco minutos. De hecho fueron incontables las veces que me detuve, tantas que llegó un momento que empecé a dudar acerca de si podría llegar a mi destino ese mismo día, cosa que conseguí a última hora de la tarde. Por el camino, en una parada que hice en un área de descanso se detuvo casi a la vez que yo una pareja de mediana edad que venían en sentido contrario. El hombre estaba algo mosqueado porque no tenía muy claro donde estaba y el navegador que tenía instalado mantenía un completo silencio. Así que el buen señor se me acercó con un mapa normal y corriente, parecido al que llevaba yo, y muy amablemente me preguntó dónde estaba. Ciertamente se tomó con bastante buen humor el descubrir por mí que llevaba algo mas de 200 km circulando por la carretera equivocada y que su única opción era darse la vuelta y volverse por donde había venido. Imagino que cuando arrastras una caravana gigantesca, te da un poco igual que se te haga de noche sin haber llegado a donde tenías previsto. Lo que no sé es qué habrá hecho el buen hombre con su flamante navegador tomtom. Yo en su lugar le hubiese dado una patada tras otra hasta asegurarme de que quede destrozado. Pero yo no soy él. Afortunadamente para él y, sobretodo, para su navegador.

Del hotel de Williams Lake mejor ni hablar. Si cuando miré en internet hoteles donde quedarme a pasar esa noche ya me parecieron cutres, en este caso la realidad superaba a la ficción. Sólo puedo decir que he estado en albergues mil veces mas limpios y que el desayuno incluido en el albergue de Vancouver era bastante mejor y mas completo. En fin… que no se preocupen que ya me ocuparé de dejar en Tripadvisor y demás una exhaustiva y ajustada valoración.

Al día siguiente me quedaban mas de 500 km hasta llegar a mi destino, Jasper. La primera mitad el viaje la hice prácticamente de un tirón por una buena carretera por la que iba quitando kilómetros de encima con una cierta rapidez. Nuevamente había amanecido completamente despejado. Puesto que iba con tiempo de sobra decidí pararme un rato en el Wells Gray Provincial Park, que estaba de paso y era un lugar tan bueno como otro cualquiera para darme un paseo y, de paso, comer algo. Bueno, tan bueno no, mejor. Es de esos sitios en los que caes de rebote y de los que te da pena marchar sin haberte quedado mas tiempo, pero este país es tan grande que es imposible dedicar a cada sitio todo el tiempo que te gustaría. Hay que seleccionar por fuerza y, al menos en este viaje, este parque no entraba en mis planes. 

Después de un par de horas continué rumbo a las Rocosas, donde llegué a media tarde. A medida que me acercaba el paisaje iba cambiando rápidamente y cada vez me acercaba mas a una cordillera de altos, escarpados y nevados picos que se iban sucediendo sin interrupción en paralelo a la carretera, hasta que no quedaba mas remedio que atravesarla. Porque Jasper, mi destino, está en la provincia de Alberta, en la cara este de las Rocosas, donde los ríos ya no desembocan en el Pacífico sino en la gigantesca Bahía de Hudson, al norte. Llegué a media tarde. Hacía un día estupendo pero según se ponía el sol la temperatura bajaba por momentos. De todas formas no me podía quejar. Dos días antes en el pueblo estaba nevando.