Nunca entenderé por qué hace tanto frío en los ferrys, por qué demonios (por no decir algo peor) tienen siempre (o casi siempre) el aire acondicionado puesto hasta los topes. Eso y un par de orcas que vimos durante la travesía, es el recuerdo del primer ferry que tuve que coger para llegar hasta el valle de Bella Coola. Y digo primer porque como para cuando yo quería ir ya había terminado la temporada de verano (18 de septiembre), la única forma de llegar era con un itinerario que implicaba varias paradas y un cambio de barco a la una de la madrugada, para llegar al destino casi diez y ocho horas después de la salida, con varias horas de propina sobre lo habitual. ¡Genial, vamos! Son los inconvenientes que tiene leer (y hacerle caso) la Lonely Planet.
En fin, lo dicho, cogimos un primer barco que no estaba nada mal, si exceptuamos el frío que hacía dentro y que provocaba que todos fuésemos abrigados como si estuviésemos en el polo, para desembarcar a la una de la madrugada en la isla de Bella Bella y, tras una hora de escala y sin apenas haber dado una cabezada, embarcar en el ferry que unas diez horas después nos dejaría en nuestro destino final, Bella Coola.
En este segundo ferry al menos hacía calor, tenían puesta la calefacción en lugar del aire acondicionado, lo que es de agradecer cuando los grados de temperatura exterior se cuentan con los dedos de las manos… Pero no nos engañemos, esa era la única ventaja con respecto al otro barco. En todo lo demás era como comparar un caballo árabe y un burro manchego. Porque este segundo ferry era una especie de remolcador bastante cochambroso con un par de huecos de unos quince metros cuadrados reservados al pasaje. En cada uno de estos huecos había nueve bancos corridos con capacidad para unos cuatro pasajeros en cada uno (tres si son norteamericanos devoradores de hamburguesas). Y dado que en el barco íbamos poco mas de una docena de personas, tocábamos a algo mas de un banco por cabeza. Los bancos estaban acolchados, por lo que podías tumbarte e intentar dormir un poco con una cierta comodidad y hasta calentito. Pero como la alegría dura poco en la casa del pobre, a las cinco y media de la mañana nos tuvimos que levantar porque hacíamos escala en otro puerto y teníamos que mover el coche de sitio, así que cuando mas profundamente estaba dormido… En fin, después de eso ya no volví apenas a coger el sueño.
Bella Coola está al fondo de un fiordo bastante profundo por el que estuvimos navegando durante horas. Dado que para el amanecer estábamos despiertos pudimos disfrutar del paisaje durante unas cuantas horas. Si hubiera dormido algo más posiblemente habría gozado mas de la travesía pero, como estaba cansado, al final se me hizo algo pesada. Diez y ocho horas son muchas horas y mas cuando te queda todo el día por delante y casi no has pegado ojo. Además empezaba a llover. De hecho la lluvia nos acompañó sin dar tregua durante día y medio. Y cuando estás de viaje la lluvia nunca suele ser buena compañía.
En el barco también venía una joven pareja de belgas. Los había visto el día anterior en Cape Scott. No es nada difícil seguirles la pista porque tienen un coche de alquiler horroroso, un Nissan Cube, de color indescriptible que es fácilmente reconocible, porque dudo mucho que haya dos iguales en todo Canadá. Daban sensación de ser buena gente y, por lo que hable con ellos en el barco, me da la sensación de que me los voy a encontrar mas veces a lo largo de este viaje. Iban mas de tiradillos que yo porque dormían en tienda de campaña y eso les ata menos que un recorrido en el que vas de albergue o de hotel con las reservas hechas desde casa, pero creo que les ha gustado de la guía lo mismo que a mi, así que en un lugar u otro volveremos a coincidir.
De hecho nos volvimos a encontrar esa misma tarde. De los pueblos de Bella Coola Y Hagensborg (los dos que hay en el valle) no digo nada porque apenas son un puñado de casas, varios alojamientos de diverso tipo para los turistas que nos animamos a ir hasta allí, dos hamburgueserías y varias gasolineras con horario de funcionario. Pero también hay algo mas, porque apenas unas semanas antes de llegar la administración de parques provinciales de la Columbia Británica había habilitado un lugar en el río para que los turistas pudiésemos ir a ver a los osos alimentarse. Se trata de un pequeño mirador a la orilla del río en un punto en el que los osos grizzlis suelen ir a pescar salmones. Tiene un horario de funcionamiento bastante riguroso (de 07.00am a 10.00am y de 16.00pm a 19.00pm) y está controlado por los guardas del parque, que se ocupan de que no haya ningún peligro para los observadores y de que nadie incordie a los osos. Así que, si te quedas un buen rato esperando tienes muchas posibilidades de llevarte el premio. Yo fui esa misma tarde después de instalarme en mi alojamiento (y de comer la inevitable hamburguesa) y, además de la pareja de belgas y varios turistas mas (la mayoría de los cuales había llegado en el mismo barco que yo), había un par de osos pescando salmones delante nuestro. ¡Premio! Luego apareció río abajo una osa con dos crías, así que la tarde no podía ir mejor. Si no hubiese sido por la llovizna…
Ver a un oso grizzlie en un río pescando salmones como si de un documental de National Geographic se tratase es un espectáculo digno de verse. Tanto que justifica la paliza de viaje que supone llegar hasta allí (por no hablar de lo que cuesta la broma). Creo que podría pasarme horas viéndolo. Con todo lo que conlleva porque de los despojos que dejan los osos, se alimenta todo el resto de fauna de la zona. Los salmones muertos o, mejor dicho, sus restos se cuentan por miles (o por toneladas, si preferís) en ese río hasta el punto de que desprende un olorcillo bastante nauseabundo que me recordaba los mercados de pescado vietnamitas.
La verdad es que no escatimé en horas para ver este espectáculo, porque a las ocho de la mañana siguiente me pasaron a recoger para embarcar en una zodiac y recorrer un tramo de río en busca de osos dedicados a la pesca. Mis compañeros de excursión, los dos belgas del barco que empezaban, de algún modo, a convertirse en mis compañeros de fatigas. Llovía, ¡cómo no!, pero a ninguno nos importó. La cosa era ver osos como fuese. A fin de cuentas para eso habíamos ido hasta allí. Todo lo demás era cuestión de chubasquero y ropa de abrigo y de eso me había traído de sobra. Así que empezamos a descender poco a poco el río parando en cada playa o recodo en los que los osos acostumbraban a aparecer para saciar su apetito. Nos llevamos nuestro botín, pues tuvimos tres animales delante nuestro dando toda una lección de buceo y pesca, pero también una buena dosis de agua y frío que sólo conseguí quitarme tras un par de bebidas calientes. Irónicamente dejó de llover y empezaron a asomar unos cuantos rayos de sol cuando estábamos de vuelta de la excursión.
La verdad es que no escatimé en horas para ver este espectáculo, porque a las ocho de la mañana siguiente me pasaron a recoger para embarcar en una zodiac y recorrer un tramo de río en busca de osos dedicados a la pesca. Mis compañeros de excursión, los dos belgas del barco que empezaban, de algún modo, a convertirse en mis compañeros de fatigas. Llovía, ¡cómo no!, pero a ninguno nos importó. La cosa era ver osos como fuese. A fin de cuentas para eso habíamos ido hasta allí. Todo lo demás era cuestión de chubasquero y ropa de abrigo y de eso me había traído de sobra. Así que empezamos a descender poco a poco el río parando en cada playa o recodo en los que los osos acostumbraban a aparecer para saciar su apetito. Nos llevamos nuestro botín, pues tuvimos tres animales delante nuestro dando toda una lección de buceo y pesca, pero también una buena dosis de agua y frío que sólo conseguí quitarme tras un par de bebidas calientes. Irónicamente dejó de llover y empezaron a asomar unos cuantos rayos de sol cuando estábamos de vuelta de la excursión.
Cada vez estoy mas convencido de que la fascinación de ver a estos animales en libertad y el dinero que pagamos por ello en safaris y demás se debe, al menos en parte, a que los europeos hemos arrasado con prácticamente todo bicho viviente (excepto cuatro conejos y perdices y poco mas), hasta el punto de que prácticamente la única oportunidad de ver algún animal no doméstico vivo es en los zoológicos, poblados por animales tristones y aletargados que se limitan a esperar a que cada día les echen la comida. A estas alturas y con muchos miles de kilómetros de vuelo a cuestas puedo asegurar que no es lo mismo.
Dediqué la tarde de ese mismo día, aprovechando que el tiempo había mejorado, a hacer una pequeña excursión a un montecillo cercano desde donde había unas magníficas vistas del valle. Estaba yo sólo, tenía todo el sendero y el monte para mí, así que me quedé un buen rato, hasta casi el atardecer. A la mañana siguiente amaneció despejado. Ese día me marchaba de allí y ponía rumbo a las Montañas Rocosas, donde llegaría un día después. Como estaba de camino decidí parar de nuevo en el mirador para ver si aparecía algún otro oso. Estuve allí algo mas de una hora. El animal no faltó a la cita aunque se hizo bastante de rogar. Estuve charlando un rato con los belgas, que andaban por allí pues habían tenido la misma idea que yo, y me dijeron que también marchaban ese mañana y con mi misma dirección, así que no me cupieron dudas de que me los volvería a encontrar. Creo que ellos pensaron lo mismo. A fin de cuentas los tres habíamos estudiado la misma guía…
Desde Bella Coola hasta Jasper, mi primera parada en las Rocosas, hay exactamente 999 km, algo imposible de recorrer en un día con las medias de velocidad canadienses. Además mi intención era hacer alguna parada por el camino así que planeé el recorrido para hacerlo en dos días. Para salir del valle de Bella Coola sólo hay una carretera (que por lo que me dijeron la cierran con una cierta frecuencia al año debido a las nevadas, las fuertes lluvias, incendios y demás. Para salir de allí hay que subir un puerto a lo largo de 32 km, con un desnivel de unos 1500 metros por una carretera sin asfaltar, de tierra apelmazada, con rampas de hasta un 18% y toda clase de vehículos circulando por ella. Después de subir el puerto todavía quedaban algo mas de 60 km sin asfaltar pero esa era la parte fácil del asunto. Lo complicado era el puerto porque si el día que yo llegué en Bella Coola llovía, arriba nevaba. De todas formas me informaron de que en la “carretera” no había nieve, como mucho en los márgenes, así que una vez que a las diez de la mañana cerraron el mirador de los osos me puse en carretera con intención de recorrer casi 500 km hasta llegar a la ciudad, por llamarla de alguna manera, de Williams Lake, que se caracteriza por estar en mitad de ninguna parte, pero que es parada casi obligada por estar en la mitad de casi cualquier recorrido que implique cruzar la Columbia Británica de extremo a extremo.
Lo de la carretera sin asfaltar… en fin fue divertido porque si bien no había nieve sí que tenía bastante barrillo que se había formado por la nieve, la lluvia y la humedad de los últimos días y que el poco sol que había brillado desde la tarde anterior no había podido secar. No era cuestión de correr porque no es plan amargarse las vacaciones haciendo el tonto con el coche, ni falta que hacía porque de todas formas el coche patinaba igual. Lo dicho, me divertí bastante.
Siendo sinceros la verdad es que no esperaba gran cosa de este día. No tenía parques naturales que atravesar, aunque sí unos cuantos lagos. Realmente me lo había planteado como algo inevitable hasta llegar a las Montañas Rocosas, que iba a ser la siguiente gran etapa de mi viaje. Y sin embargo fue un día muy bonito, recorriendo una carretera que te pedía parar a cada cinco minutos. De hecho fueron incontables las veces que me detuve, tantas que llegó un momento que empecé a dudar acerca de si podría llegar a mi destino ese mismo día, cosa que conseguí a última hora de la tarde. Por el camino, en una parada que hice en un área de descanso se detuvo casi a la vez que yo una pareja de mediana edad que venían en sentido contrario. El hombre estaba algo mosqueado porque no tenía muy claro donde estaba y el navegador que tenía instalado mantenía un completo silencio. Así que el buen señor se me acercó con un mapa normal y corriente, parecido al que llevaba yo, y muy amablemente me preguntó dónde estaba. Ciertamente se tomó con bastante buen humor el descubrir por mí que llevaba algo mas de 200 km circulando por la carretera equivocada y que su única opción era darse la vuelta y volverse por donde había venido. Imagino que cuando arrastras una caravana gigantesca, te da un poco igual que se te haga de noche sin haber llegado a donde tenías previsto. Lo que no sé es qué habrá hecho el buen hombre con su flamante navegador tomtom. Yo en su lugar le hubiese dado una patada tras otra hasta asegurarme de que quede destrozado. Pero yo no soy él. Afortunadamente para él y, sobretodo, para su navegador.
Del hotel de Williams Lake mejor ni hablar. Si cuando miré en internet hoteles donde quedarme a pasar esa noche ya me parecieron cutres, en este caso la realidad superaba a la ficción. Sólo puedo decir que he estado en albergues mil veces mas limpios y que el desayuno incluido en el albergue de Vancouver era bastante mejor y mas completo. En fin… que no se preocupen que ya me ocuparé de dejar en Tripadvisor y demás una exhaustiva y ajustada valoración.
Al día siguiente me quedaban mas de 500 km hasta llegar a mi destino, Jasper. La primera mitad el viaje la hice prácticamente de un tirón por una buena carretera por la que iba quitando kilómetros de encima con una cierta rapidez. Nuevamente había amanecido completamente despejado. Puesto que iba con tiempo de sobra decidí pararme un rato en el Wells Gray Provincial Park, que estaba de paso y era un lugar tan bueno como otro cualquiera para darme un paseo y, de paso, comer algo. Bueno, tan bueno no, mejor. Es de esos sitios en los que caes de rebote y de los que te da pena marchar sin haberte quedado mas tiempo, pero este país es tan grande que es imposible dedicar a cada sitio todo el tiempo que te gustaría. Hay que seleccionar por fuerza y, al menos en este viaje, este parque no entraba en mis planes.
Después de un par de horas continué rumbo a las Rocosas, donde llegué a media tarde. A medida que me acercaba el paisaje iba cambiando rápidamente y cada vez me acercaba mas a una cordillera de altos, escarpados y nevados picos que se iban sucediendo sin interrupción en paralelo a la carretera, hasta que no quedaba mas remedio que atravesarla. Porque Jasper, mi destino, está en la provincia de Alberta, en la cara este de las Rocosas, donde los ríos ya no desembocan en el Pacífico sino en la gigantesca Bahía de Hudson, al norte. Llegué a media tarde. Hacía un día estupendo pero según se ponía el sol la temperatura bajaba por momentos. De todas formas no me podía quejar. Dos días antes en el pueblo estaba nevando.
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